A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

La sombra del caudillo

El título no es casualidad. En 1929, Martín Luis Guzmán publicó su novela La sombra del caudillo, un retrato descarnado del México posrevolucionario. En sus páginas, dibujó el ambiente en el que los presidentes eran simples piezas del ajedrez movido por los generales victoriosos de la Revolución. Caudillos que, sin ocupar formalmente la silla, seguían gobernando desde la sombra, dictando lealtades, pactos y traiciones. La obra fue censurada porque decía demasiado: que en México los presidentes podían ser marionetas, y que la voluntad del caudillo era más fuerte que cualquier institución.

Hoy, casi un siglo después, el fantasma vuelve a rondar. Claudia Sheinbaum asume el poder con el peso de la sombra del residente de Palenque. Un caudillo que no se retiró, sino que pretende seguir siendo el referente moral y político de la llamada “Cuarta Transformación”.

No le heredó un país estable, sino un campo minado: las finanzas devastadas, la violencia intacta y, para colmo, una avalancha de acusaciones en tribunales de Estados Unidos que describen la profundidad de la colusión del narcotráfico con autoridades civiles y militares mexicanas.

UNA HERENCIA ENVENENADA

El caudillismo, decía Guzmán, dejaba tras de sí una política corroída por la corrupción y la simulación. La herencia actual no es muy distinta: un déficit histórico, megaproyectos faraónicos sin sustento, un Estado militarizado y colonizado por funcionarios leales no al país, sino al caudillo que los colocó. No es solo un problema económico: es un modelo de poder vertical, de culto a la personalidad, que inhibe cualquier intento de gobernar con autonomía.

A esa herencia se suma un descrédito internacional creciente. El juicio del Mayo Zambada, como antes el de Genaro García Luna, exhibe que los pactos oscuros con el crimen no fueron un accidente, sino un engranaje tolerado durante décadas. Y ahora, con fiscales estadounidenses apuntando hacia el sexenio que recién terminó, Sheinbaum no podrá evadir la tormenta: la presión externa la obligará a responder, guste o no.

LA DISYUNTIVA

La presidenta enfrenta la misma encrucijada que los personajes de la novela: obedecer al caudillo o romper con él. Si decide mantenerlo como estandarte, cargará también con sus culpas y será arrastrada por su descrédito. Si decide marcar distancia, arriesgará la cohesión de su movimiento, pero podrá gobernar con independencia.

No hay término medio. Cada visita a Palenque, cada homenaje, cada guiño al caudillo será leído como sumisión. Cada gesto de autonomía será visto como traición en el corazón del movimiento. El dilema no es menor: el país necesita certidumbre, no pleitesías. Pero un quiebre con la figura de quien fue jefe, protector y símbolo de unidad para su partido puede abrir fisuras que acaben devorando su proyecto.

Sheinbaum no enfrenta solo un desafío administrativo. Enfrenta una prueba de carácter. La política mexicana ha sido demasiado tiempo rehén de personalismos que sobreviven a sus cargos. El caudillo que se resiste a marcharse se convierte en sombra incómoda, pero también en juez implacable de cada decisión.

EL FUTURO EN JUEGO

Martín Luis Guzmán escribió sobre un México que parecía condenado a repetir la obediencia ciega al hombre fuerte, incluso después de muerto. El paralelismo con Sheinbaum es inevitable. La historia ofrece su advertencia: quien vive a la sombra del caudillo, corre el riesgo de perder su propia voz, y con ella, su legado.

Los próximos meses serán decisivos. La presidenta tendrá que demostrar si gobierna para el país o para preservar un movimiento que depende de un liderazgo ausente en lo formal, pero presente en cada decisión. Lo que está en juego no es solo su administración, sino la posibilidad de romper con un patrón histórico: el del presidente reducido a figura decorativa bajo la voluntad del verdadero poder tras bambalinas.

Sheinbaum tiene la oportunidad de demostrar que el siglo XXI puede ser distinto al XX. Que un país con instituciones democráticas, con contrapesos y con ciudadanía crítica no tiene por qué volver a la sumisión de los caudillos. Pero si no asume pronto esa responsabilidad, la sombra de Palenque, como la del caudillo de Guzmán, la envolverá hasta impedirle brillar con luz propia.

La pregunta es si Claudia gobernará para el país o para el recuerdo de quien ya se fue. Porque lo único seguro es que esa sombra no se disipará sola. Y cuanto más tarde en decidir, más oscuro será el horizonte.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *