A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

San Cristóbal en el ocaso del imperio

San Cristóbal de las Casas, que por siglos había sido el corazón político y religioso de Chiapas, vivió durante el Segundo Imperio Mexicano (1864–1867) uno de los periodos más críticos de su historia. Lo que parecía ser una alianza con la causa imperial terminó costándole caro a la ciudad: castigos políticos, crisis económica, epidemias y la pérdida definitiva de su protagonismo frente al ascenso de Tuxtla.

EL PRECIO DEL CONSERVADURISMO

El apoyo de sectores de San Cristóbal al gobierno de Maximiliano marcó su destino inmediato. Para el bando republicano y el naciente gobierno estatal, la ciudad se convirtió en símbolo de traición. Esa cercanía con el Imperio justificó medidas de represalia: se le negó apoyo para su recuperación y se le despojó de recursos. El traslado de los poderes estatales a Tuxtla no solo fue un golpe administrativo, también representó el desplazamiento de las élites de Los Altos que habían ejercido durante siglos la influencia política y cultural sobre la región.

CRISIS Y EPIDEMIAS

La ciudad enfrentó años particularmente duros. Las epidemias de 1864, 1865 y 1867 cobraron vidas y agravaron una crisis económica que ya era evidente por la falta de inversiones y el retiro de apoyos. El reclutamiento militar por sorteo drenó la población masculina, impidiendo que muchos regresaran a San Cristóbal y debilitando aún más su capacidad productiva. El resultado fue un éxodo silencioso que dejó a la ciudad despoblada, con casas arruinadas y un futuro incierto.

LA DESAMORTIZACIÓN EN LOS ALTOS

Manuel B. Trens, en sus “Bosquejos históricos de San Cristóbal de las Casas”, relata cómo la desamortización de bienes eclesiásticos y corporativos transformó el paisaje social. Propiedades que habían pertenecido a la Iglesia o a corporaciones civiles cambiaron de manos. Los beneficiados fueron principalmente liberales —y algunos conservadores con recursos— que adquirieron haciendas y tierras a precios muy por debajo de su valor. Sin embargo, los objetivos liberales de crear una nueva clase de pequeños propietarios nunca se cumplieron: los compradores se limitaron a acumular, sin generar un verdadero impulso empresarial o capitalista en la región.

EL FIN DE UNA HEGEMONÍA

La medida más dolorosa para San Cristóbal fue el traslado de los poderes estatales. La justificación oficial fue que la ciudad era foco de sublevaciones, pero en el fondo se buscaba cortar de raíz la influencia que las élites de Los Altos ejercían sobre las comunidades indígenas. Con los nuevos nombramientos de autoridades afines al gobierno liberal, la iglesia perdió protagonismo y los antiguos centros de poder de San Cristóbal quedaron marginados.

LA RECONSTRUCCIÓN NEGADA

Lo que siguió fue una etapa de ruina material y moral. San Cristóbal requería con urgencia un proceso de reconstrucción urbana y económica que incluyera la reparación de calles, fuentes, casas y edificios públicos abandonados durante los años de guerra y epidemias, el restablecimiento del comercio y la producción agrícola seriamente dañados por el reclutamiento y la migración, la atención a templos y conventos que tras la desamortización habían quedado semidestruidos o sin uso y la garantía de servicios básicos que la ciudad, como antigua capital, había tenido y ahora se encontraban en decadencia. Pero el gobierno estatal negó todo apoyo. No hubo presupuesto, ni brigadas de reconstrucción, ni respaldo institucional. Al contrario: los recursos se desviaron a Tuxtla, la nueva sede del poder, dejando a San Cristóbal sumida en un largo letargo.

LA CIUDAD DESPOJADA

San Cristóbal no solo perdió su papel de capital: perdió recursos, empleos en la administración pública y la centralidad cultural que la había distinguido. Aislada, golpeada por epidemias y sin respaldo gubernamental, la ciudad entró en un prolongado abandono. El brillo colonial que alguna vez tuvo quedó opacado, y la transición hacia una nueva era se hizo con el peso de la desolación y la nostalgia.

Lo ocurrido en aquellos años muestra cómo los vaivenes políticos nacionales tienen consecuencias profundas en lo local. San Cristóbal pagó caro su identificación con la causa imperial: no solo perdió poder político, sino que quedó marcada por una herida histórica que explicaría, en parte, la rivalidad con Tuxtla y el resentimiento de muchos coletos frente al rumbo que tomó el estado.

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