A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

Sherezada en Palenque

La literatura universal nos regala arquetipos que sirven para leer el presente con la claridad de una parábola. Uno de ellos es Sherezada, la heroína de Las Mil y Una Noches. Condenada a morir como todas las mujeres que el sultán desposaba, encontró en la narración de cuentos interminables la manera de aplazar la sentencia. Cada amanecer se convertía en una prórroga, cada historia en un salvoconducto para sobrevivir un día más.

LA HERENCIA ENVENENADA

Hoy México parece vivir en una versión política de esa fábula. Claudia Sheinbaum ha llegado a la presidencia, pero no como una soberana con plenas riendas, sino como una narradora obligada a sostener la ilusión del cuento que dicta el Señor de Palenque. No heredó un país estable ni un aparato de gobierno sano, sino un territorio minado: finanzas en rojo, violencia que desangra regiones enteras, un aparato de salud colapsado y un clima de confrontación social alentado desde el poder. Y sin embargo, su mayor desafío no es con la realidad nacional, sino con la sombra omnipresente de quien se resiste a retirarse.

EL FANTASMA EN LA RECÁMARA

El expresidente no se fue: se atrincheró en su finca chiapaneca, pero no para callar, sino para seguir dictando la narrativa. Como Sherezada, Claudia debe inventar cada día un relato que calme al sultán retirado: discursos de continuidad, reverencias públicas, gestos simbólicos de fidelidad. Cada mañanera convertida en réplica, cada declaración en eco. No se trata de gobernar con autonomía, sino de sobrevivir en un régimen donde la lealtad pesa más que la eficacia.

CUENTOS PARA UNO, NO PARA TODOS

La paradoja es que mientras Sherezada buscaba salvar su vida, la presidenta parece estar buscando salvar su legitimidad frente a un solo hombre. Cada “cuento” que pronuncia no está destinado a la nación, sino al oído atento del patriarca que se proclama guía moral y jefe máximo de la Cuarta Transformación. Así, la presidencia se vuelve una prolongación del relato de López Obrador, no una narración propia.

LA FICCIÓN CONTRA LA REALIDAD

Pero a diferencia del cuento oriental, aquí no hay magia. El pueblo mexicano no se alimenta de historias nocturnas, sino que sufre las consecuencias de las omisiones. La inseguridad no se disipa con metáforas, ni la economía crece con fábulas. El déficit fiscal no se paga con cuentos, y la corrupción no desaparece con invocaciones de pureza. La ficción política, tarde o temprano, choca contra la dureza de los hechos.

EL VERDADERO DILEMA

Y ahí radica el verdadero dilema: ¿hasta cuándo podrá sostenerse la presidencia en esta dinámica de sobrevivencia narrativa? ¿Cuánto tiempo puede un país vivir gobernado por relatos dirigidos a contentar al caudillo, mientras los ciudadanos esperan soluciones reales? Sherezada consiguió transformar al sultán con su ingenio; Claudia corre el riesgo contrario: quedar atrapada en la voz de otro, sin llegar nunca a escribir su propio libro.

ROMPER EL HECHIZO
México necesita una presidenta que hable con voz propia, que se atreva a romper el embrujo del patriarca en retiro. De lo contrario, su sexenio será apenas una prolongación de la historia anterior, un eco cansado que cada noche intenta calmar al Señor de Palenque. La diferencia es que aquí no se juega la vida de una sola mujer, sino el destino entero de un país.

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