El bastón de mando, herencia española, no ancestral
En la liturgia política mexicana abundan los símbolos. Algunos cargados de historia, otros rescatados por la moda del momento. El bastón de mando, que se ha vuelto objeto de entrega solemne en investiduras y ceremonias oficiales, es un buen ejemplo de cómo se manipulan los signos sin entender del todo lo que significan. No es un símbolo indígena ancestral, sino un legado VIRREINAL que nació en España como vara de justicia y se trasladó a los pueblos de indios durante la época virreinal.
ORIGEN HISPANO-VIRREINAL
En la tradición española medieval, las varas de mando eran el signo de autoridad de alcaldes y jueces. Representaban la potestad del rey para impartir justicia. En América, los cabildos indígenas adoptaron esa práctica: a los gobernadores o principales se les entregaba un bastón como señal de reconocimiento por parte de la Corona. Desde entonces, ese objeto fue asimilado en la vida comunitaria, pero no como símbolo originario, sino como una disposición Virreinal adaptada a los usos locales que ahora como en muchos casos, se presumen como ancestrales.
ENTRE AUTORIDAD Y PATRIARCADO
Con el paso del tiempo, los pueblos lo conservaron como emblema de respeto y continuidad. Quien porta el bastón encarna la autoridad del pueblo. Sin embargo, esa autoridad no siempre emana de un proceso democrático. En muchos casos, se elige por linaje, por consenso limitado o por decisión de asamblea abierta, pero sin voto universal, libre y secreto. Y más aún: en varias comunidades las mujeres siguen excluidas de portar el bastón o de ocupar cargos, lo que revela su carácter patriarcal y excluyente, pero de eso las feministas no dicen ni pio.
LA CONTRADICCIÓN REPUBLICANA
Aquí está la paradoja: en un país que presume de democracia constitucional, se legitiman símbolos que contradicen el principio de igualdad ciudadana. El bastón de mando no reconoce derechos políticos individuales, sino obligaciones comunitarias tradicionales. Convertirlo en objeto ceremonial en el Estado mexicano —como ocurrió con la entrega a presidentes de la República o ahora con ministros de la Suprema Corte— resulta un contrasentido. La Corte, que debería ser garante del voto universal y de la legalidad, se adorna con un emblema que en muchos pueblos indígenas simboliza lo contrario: el poder vertical, la obediencia y la exclusión.
LOS NUEVOS MINISTROS Y EL MITO “ANCESTRAL”
Lo más preocupante es que los recién nombrados ministros del Poder Judicial han repetido esta liturgia, posando con el bastón de mando y justificando su uso bajo la idea de que se trata de un símbolo “ancestral”. Nada más falso: no hay en las culturas prehispánicas un antecedente directo de este objeto. Es, por el contrario, una herencia VIRREINAL que los pueblos indígenas resignificaron con el tiempo. Al invocarlo como herencia milenaria, los ministros exhiben su ignorancia histórica y caen en la trampa del discurso oficial que confunde tradición con democracia. En vez de reforzar la autoridad moral de la Corte, la debilitan al mostrar que se someten al ritualismo político y a la manipulación simbólica.
SIMBOLOS QUE CONFUNDEN
El problema no está en la tradición comunitaria, que puede conservar sus símbolos y costumbres mientras respete derechos humanos. El problema surge cuando se trasladan sin reflexión a la esfera nacional, pretendiendo que representan autenticidad cultural, cuando en realidad revelan la contradicción entre la modernidad democrática y las herencias Virreinales. Lo que se exhibe como respeto a los pueblos indígenas, en el fondo, muestra desconocimiento histórico y un uso político oportunista de símbolos que no fueron creados para la democracia, sino para la autoridad vertical.