El cartapacio diplomático
En política internacional, lo que no se dice suele pesar más que los discursos oficiales. Durante la Guerra Fría, Henry Kissinger era célebre por sus silencios cargados de mensajes: bastaba una ceja levantada o una frase medida para que un gobierno entero entendiera lo que Estados Unidos esperaba. Algo similar acaba de ocurrir en México.
La visita del senador Marco Rubio a la presidenta Claudia Sheinbaum no fue un simple intercambio diplomático ni una cortesía protocolaria. Fue, en los hechos, la lectura de una cartilla. Un cartapacio, más que una carpeta de papeles, es en este contexto un paquete de exigencias puesto sobre la mesa, aunque nadie lo dijera en voz alta. Y eso fue lo que Rubio trajo consigo.
LA PRESIÓN INEVITABLE
No es casual que, tras el encuentro, se anunciara un operativo que involucró a altos mandos de la Marina y a una larga lista de funcionarios. Demasiada coincidencia para pensar que se trató de una acción planeada desde antes. El mensaje fue claro: o México toma cartas en el asunto, o las tomará Washington.
Estados Unidos ha tolerado durante años la expansión del crimen organizado en actividades como el narcotráfico o el tráfico de personas, siempre y cuando se mantuviera en el rango de “problema interno” de México. Pero el huachicol es otra cosa. Afecta a empresas estadounidenses, a la distribución de energéticos y, en consecuencia, a la seguridad nacional de su país.
EL ESTADO VIGILADO
Para Sheinbaum, este episodio implica una advertencia temprana en su sexenio: el margen de maniobra frente a Estados Unidos es mucho más estrecho de lo que aparenta. Puede sostener la retórica de soberanía en los discursos, pero en los hechos Washington no permitirá que la corrupción en el manejo de combustibles siga escalando.
El viejo dilema de la dependencia vuelve a mostrarse: los norteamericanos presionan porque saben que las autoridades locales, sin un empujón externo, tienden a hacerse de la vista gorda.
LA HERENCIA MALDITA
Paradójicamente, esta presión externa también le está resultando útil a la presidenta. El tema del huachicol le da la oportunidad de desmarcarse de la herencia maldita que le dejó López Obrador: complicidades, omisiones y una estructura de poder sostenida por sus alfiles más cuestionados. Al emprender una limpieza forzada, Sheinbaum puede mostrarse como una mandataria distinta, aun cuando el impulso inicial no haya nacido de su voluntad, sino de la exigencia norteamericana.
EL VERDADERO MENSAJE
La visita de Rubio fue la forma más elegante de decir lo que no podía expresarse en público. No vino a sonreír para las fotos, sino a advertir que la paciencia de Estados Unidos tiene límites. El operativo contra el huachicol fue la respuesta inmediata, como un gesto de acatamiento.
La diplomacia, en ocasiones, es un arte de silencios. Y en esos silencios, Claudia Sheinbaum escuchó el recordatorio más duro de su presidencia: la soberanía no se proclama, se ejerce.