La invasión de los idiotas
“Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas.”
—Umberto Eco
El diagnóstico que lanzó Umberto Eco hace casi una década hoy parece una profecía cumplida. Las redes sociales, que prometieron democratizar la conversación pública, han terminado por diluir el valor de la palabra. Donde antes importaba la preparación, la evidencia o la experiencia, hoy basta con la ocurrencia más estridente para ganar visibilidad. No importa la veracidad ni la coherencia: lo que manda es el “engagement”, esa métrica fría que mide el ruido, los likes, no el contenido.
EL BAR GLOBAL
Eco hablaba del bar como espacio de desahogo donde el borracho de turno opinaba sin consecuencias. Ese bar se volvió global y permanente. Ahora cualquiera puede levantar la voz, incluso a gritos, y encontrar eco en miles de seguidores. Lo que antes era murmullo se convierte en tendencia; lo que era disparate, en “verdad alternativa”. Y la comunidad, en lugar de silenciar la tontería, la premia con likes y retuits. El aplauso fácil sustituye al pensamiento crítico, y la repetición hace pasar el disparate por certeza.
EL REINO DE LA BANALIDAD
Lo grave no es solo la proliferación de voces sin fundamento, sino la erosión del juicio crítico. Las redes premian lo superficial y castigan lo complejo. Una frase incendiaria vale más que un ensayo razonado. El insulto circula más rápido que la explicación. En este ambiente, los idiotas no solo invaden: gobiernan. Se erigen en líderes de opinión, aunque lo único que sepan manejar sea la cámara de su teléfono. La cultura de la inmediatez ha convertido la conversación en un concurso de gritos, donde gana quien dice la mayor barbaridad en menos caracteres.
EL EFECTO EN LA POLÍTICA
La política, por supuesto, no ha sido ajena a esta degradación. Muchos gobernantes y aspirantes descubrieron que era más rentable cultivar el personaje que el proyecto. En lugar de programas, eslóganes; en lugar de debates, memes; en lugar de ideas, ataques. La masa digital aplaude, comparte, viraliza. Así, la invasión de idiotas se vuelve una democracia de gritos, donde gana quien más ruido hace, no quien tiene la razón.
Los populistas, expertos en simplificar la realidad, encontraron en las redes sociales la herramienta ideal para dividir al mundo en buenos y malos, pueblo y élite, patriotas y traidores. Las plataformas digitales se convierten en trincheras desde donde lanzan mensajes diseñados para provocar indignación inmediata. La polarización no es un efecto colateral, es la estrategia central: mantener a la sociedad partida en dos, porque el enfrentamiento garantiza adhesión ciega. En esa lógica, el adversario no es alguien con quien se discrepa, sino un enemigo al que hay que destruir.
RESISTIR EL CONTAGIO
No se trata de renunciar a las redes, sino de resistir la epidemia de la banalidad y la manipulación. Recuperar la conversación pública exige disciplina y responsabilidad: aprender a distinguir lo que informa de lo que manipula, lo que enriquece de lo que embrutece. No todo lo dicho tiene el mismo valor. No todo lo viral merece atención. Y si Eco tenía razón, la verdadera resistencia está en no dejarnos arrastrar por la invasión, en recordar que la palabra sigue siendo un arma poderosa, pero también un deber que exige inteligencia y responsabilidad.