El grito y el poder
Cada septiembre se repite el mismo ritual: la ceremonia del “Grito de Independencia”. Un acto solemne, convertido en espectáculo político, que busca exaltar el patriotismo a través de arengas, espectáculos musicales y fuegos artificiales. Pero, la historia nos recuerda que lo dicho aquella madrugada por Miguel Hidalgo no coincide con la versión oficial que repite y acomoda a su antojo, cada gobernante desde el balcón palaciego. La memoria se ha distorsionado en beneficio del poder, convirtiendo una conmemoración ciudadana en un escenario de legitimación política.
Más allá del protocolo y del fervor colectivo, lo cierto es que cada administración aprovecha la efeméride para reforzar su imagen. Se mezcla el sentimiento patrio con un discurso que, en realidad, obedece más a la lógica de la propaganda que a la verdad histórica.
Habrá que preguntarse, entonces, qué celebramos cuando el país está inmerso en la violencia, la corrupción y el dispendio de una impune clase gobernante. ¿Es legítimo hablar de independencia cuando Estados Unidos nos impone la agenda porque dejamos que el país se pudriera?
LA PATRIA ÍNTIMA
Pero la patria no se resume en un acto oficial ni en una ceremonia que pretende uniformar emociones. La patria es mucho más profunda y cercana: es el hogar en el que crecimos, la mesa donde compartimos los alimentos, las voces familiares que nos acompañan. Es la familia extensa que se despliega en primos, tíos, abuelos, nietos; la memoria de quienes nos antecedieron y la promesa de quienes vendrán después.
Esa patria íntima se refleja también en la vida comunitaria: nuestros vecinos, nuestra ciudad, los paisajes que nos identifican, las costumbres y tradiciones que repetimos casi sin pensarlo, pero que forman parte de nuestra identidad. Cada celebración, cada platillo típico, cada historia transmitida de boca en boca es un pedazo vivo de esa patria que no necesita de discursos para sentirse real.
IDENTIDAD QUE SE EXPANDE
El sentido de pertenencia se amplía cuando reconocemos que nuestra patria también es el estado al que pertenecemos, con su geografía, su historia y sus tradiciones. Y aún más, es el país entero con la enorme riqueza cultural que lo caracteriza. México es un mosaico de regiones, lenguas, sabores y ritmos que, al sumarse, nos otorgan una identidad diversa pero común.
Hacer patria significa formar ciudadanos, educar a nuestros hijos con principios y valores, con respeto a nuestra propia identidad. No consiste en dividir al país entre buenos y malos, como tristemente lo hace el actual régimen, donde pareciera que la mitad son gobernados y la otra mitad excluidos. Tampoco debe ser la ocasión para imponer ideologías particulares, sean el feminismo o el indigenismo, como si el resto de los ciudadanos quedáramos fuera de la identidad nacional. La patria es incluyente, plural, mestiza; es el fruto del sincretismo y la fusión de dos grandes culturas: la indígena y la hispana, de donde nace lo que hoy somos. Reconocernos en esa herencia es aceptar la diversidad como riqueza y no como motivo de confrontación.
ENTRE LA HISTORIA Y EL PODER
Cada año se nos recuerda una versión edulcorada de la historia, como si el pasado pudiera resumirse en un grito protocolario. Pero la independencia fue un proceso mucho más complejo y contradictorio, lleno de desencuentros, violencias y aspiraciones que no caben en un discurso de unos minutos.
Reducir ese proceso a un ritual repetido sin reflexión es, en cierta medida, negarle su verdadera riqueza histórica. Lo preocupante es que, al hacerlo, se transforma en un instrumento del poder. Lo que debería ser memoria viva se convierte en espectáculo. Lo que debería ser reflexión colectiva se diluye en pirotecnia.
QUÉ CELEBRAMOS
Personalmente, lo que festejo en estas fechas no es la ceremonia del grito. Lo que celebro es esa patria cercana, entrañable y cotidiana: la familia que me rodea, la comunidad que me cobija, el estado al que pertenezco y el país que me define. Celebro la riqueza de nuestras costumbres, la nobleza de nuestra gente y la diversidad de nuestra identidad.
El orgullo de ser mexicano no necesita de arengas para sentirse auténtico. Basta mirar alrededor y reconocernos en lo que somos y en lo que compartimos. Esa es la patria que llevo conmigo y que me enorgullece celebrar.
UN ACTO DE PODER
No niego que la ceremonia tenga un valor simbólico, pero insisto: se trata, ante todo, de un acto de poder. El gobernante en turno se coloca en el balcón y, con cada “¡Viva!”, busca reforzar su legitimidad. Es un espectáculo que concentra la mirada en la figura del dirigente y no en la memoria colectiva.
Por eso no lo disfruto. Prefiero mirar hacia dentro y hacia alrededor: hacia la patria que se construye en cada familia, en cada comunidad, en cada rincón del país. Esa patria no necesita artificios. Vive en nosotros y se renueva todos los días.