La identidad en venta
Ahora se habla mucho de decolonizar Chiapas, de “rescatar lo propio”, de honrar una supuesta herencia ancestral que nos ha sido arrebatada. Esa es la narrativa del actual gobierno, partiendo de una premisa falsa que victimiza a la comunidades indígenas a las que disfruta apapachar, al tiempo de tratarles como súbditos. Descolonizar es pretender amputar nuestra identidad profundamente mestiza, al mismo tiempo que en cualquier feria de pueblo en Chiapas basta para toparse con una realidad distinta. Las fiestas se hacen en torno al santo patrono o a la virgen del lugar, figuras que llegaron en el equipaje espiritual de la evangelización novohispana. La mayoría de nuestras tradiciones no son prehispánicas, sino coloniales. Y eso no tiene nada de malo: es la raíz real de nuestra cultura mestiza.
LA FIESTA VIRREINAL
Las ferias patronales son una herencia novohispana. Ahí se funden el calendario litúrgico católico con los mercados y trueques indígenas, generando un sincretismo que sigue vivo. Pero mientras los discursos oficiales insisten en “rescatar lo originario” o “decolonizar las costumbres”, nadie parece reparar en que el corazón mismo de esas fiestas es virreinal, con procesiones, altares y mayordomías. Lo auténtico de nuestro mestizaje se niega, como si reconocerlo fuera vergonzoso.
OFENSIVA CULTURAL
La paradoja es aún más evidente cuando llegan las bandas norteñas o gruperas a ponerle música a la fiesta. En vez de los tambores zoques, las flautas tzotziles o los cantos tojolabales, lo que retumba en la plaza es el acordeón sinaloense y la tuba del norte. El soundtrack de la identidad “ancestral” se compra por contrato. Pero hay que decirlo sin rodeos: esas bandas no nos representan y, por lo general, son apologistas de la violencia, del machismo y de la parranda. No somos herederos de esa música, ni culturalmente es mejor en ningún aspecto que lo que tenemos en Chiapas. Al contrario: es un ruido ajeno que desdibuja nuestra riqueza sonora. Pero de eso nadie dice nada. El negocio es millonario para los promotores de espectaculos -y los alcaldes- a los que la identidad y las tradiciones les tienen sin cuidado.
LA PREGUNTA INCÓMODA
¿Cuál identidad estamos rescatando? ¿La que predican los discursos políticos con aires de pureza cultural o indigenismo victimista, o la que realmente se vive en las calles, en las ferias y en las plazas? Lo que tenemos no es un regreso a los ancestros, sino una hibridación constante. Chiapas no es una cápsula del pasado, sino un espejo de esa mezcla viva que algunos pretenden negar.
LA FUSIÓN REAL
Rescatar las tradiciones no debería ser inventar un pasado mítico, sino aceptar el verdadero: el sincretismo de lo colonial con lo indígena, la marimba que sigue latiendo, la gastronomía que evoluciona, las danzas y rituales que han sobrevivido por siglos. Eso es lo nuestro. Lo demás son disfraces que nos venden como si fueran identidad.
IDENTIDADES PRESTADAS
El problema es que las nuevas generaciones están siendo imbuidas con otras identidades que no son propias, y culturalmente no son mejores. El Jamachulel que promueve el gobierno se convierte en un simple eslogan, carente de sustancia y de eficacia. Se gasta en propaganda lo que debería invertirse en fortalecer la cultura viva, la educación y la creatividad local. Mientras tanto, lo auténtico se diluye entre discursos huecos y modas importadas que poco tienen que ver con lo que somos.