A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

El estado-nación y el mito de la conquista

Se ha vuelto común hablar de la Conquista como si hubiera significado la invasión de un país soberano y la apropiación de su territorio legítimo. En los discursos políticos actuales se insiste en la idea de que a los pueblos originarios les fue arrebatada su tierra como si hubieran tenido un Estado-nación al estilo moderno. Pero esa es una proyección anacrónica. El concepto de Estado-nación —con límites claros, identidad compartida y soberanía sobre un territorio— no existía en Mesoamérica.

EL IMPERIO TRIBUTARIO

Lo que había era un imperio tributario. Tenochtitlan dominaba y sometía a múltiples pueblos a los que imponía cargas en especie, trabajo forzoso e incluso víctimas humanas destinadas al sacrificio. Esa estructura no generaba cohesión ni identidad común, sino resentimiento. Lejos de sentirse parte de un proyecto común, los pueblos sometidos buscaban liberarse del yugo mexica. La idea de la patria compartida era inexistente: se trataba de una relación de dominación militar y religiosa.

LOS ALIADOS INDÍGENAS

Cuando Hernán Cortés llegó a Mesoamérica encontró en ese descontento su mayor oportunidad. Los tlaxcaltecas, huejotzingas, totonacas y otros señoríos se sumaron a su causa no porque compartieran identidad con los europeos, sino porque vieron la ocasión de sacudirse el yugo mexica. En la caída de Tenochtitlan en 1521 participaron decenas de miles de guerreros indígenas. Los españoles eran apenas un puñado; sin esas alianzas no habrían logrado la victoria. No fue, pues, una nación vencida por otra, sino el derrumbe de un imperio sostenido en la opresión.

LA NOCIÓN DEL TERRITORIO

Conviene subrayar que la idea misma de un territorio definido no pertenecía a las culturas originarias. Para ellas, las fronteras eran fluidas y las posesiones se limitaban al espacio agrícola inmediato o a la zona de influencia militar. Fueron los españoles quienes, con sus mapas y cartografías, exploraron, evangelizaron y delimitaron el Reino de la Nueva España, incluyendo el centro y oeste del territorio actual de Estados Unidos, apenas ocupado por tribus nativas nómadas y luego los misioneros españoles. Eso que nos “quitaron” pero que en realidad nunca ocupamos. Esa noción territorial fue la que después heredó México como Estado independiente. Los amplios territorios al norte, que tras la guerra con Estados Unidos en el siglo XIX se perdieron, estaban dentro de esos linderos de la Nueva España. Los pueblos indígenas que los habitaban no tenían la menor idea de formar parte de una nación ni de defender fronteras.

EL INVENTO NACIONALISTA

El nacionalismo del siglo XIX, para cohesionar al nuevo país, proyectó hacia el pasado la ficción de que la nación mexicana había sido despojada por la Conquista. Se inventó una continuidad entre los mexicas y la nación moderna, cuando en realidad no había tal. Esa construcción ha servido para fines políticos, pero no resiste el análisis histórico.

LA VERDADERA LECCIÓN

Comprender esta diferencia es fundamental. España no despojó a un Estado-nación de su territorio: lo que ocurrió fue la caída de un poder imperial en una ciudad estado y la formación de un nuevo orden político y cultural. Fue en ese proceso donde nació la identidad mexicana, fruto del mestizaje y la fusión de múltiples tradiciones. Seguir hablando de invasión, despojo y conquista con categorías del presente es una forma de distorsionar la historia y de alimentar discursos victimistas que nada aportan al futuro.

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