A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

Alfabetizar a los adultos, abandonar a los jóvenes

He leído con atención una columna de mi estimado y respetado maestro José Antonio Molina Farro sobre la educación y la juventud. Una vez más, con la lucidez que lo distingue, ha puesto sobre la mesa una verdad incómoda: el drama educativo que atraviesa Chiapas y México. Su análisis no sólo describe cifras, sino que nos obliga a mirarnos en el espejo de un fracaso colectivo. Porque la escuela, que debería ser el motor de movilidad social, se ha convertido en el retrato más descarnado de la desigualdad.

EL DRAMA DE LA DESERCIÓN

Molina Farro recuerda que en México, más de tres mil jóvenes abandonan diariamente el bachillerato, no únicamente por carencias económicas, sino porque la escuela les resulta aburrida, ajena, desconectada de su realidad. En total, un millón 800 mil jóvenes entre 15 y 18 años han dejado las aulas. Según el “Observatorio de la Educación de la organización Educación con Rumbo”, citado por periodico Cuarto Poder (27/jul/25); durante el ciclo 2024–2025 en Chiapas, se registró la segunda tasa más alta de deserción escolar en México, con más de 71 mil estudiantes fuera de clase, sólo detrás del Estado de México, nada más que Edomex tiene 3 veces más población que Chiapas. En todos los niveles educativos en México, el saldo es demoledor: 622 mil 800 jóvenes desertaron recientemente, lo que los condena a la precariedad, al subempleo o, peor aún, a engrosar el ejército de reserva de la delincuencia.

EL REZAGO QUE CRECE

La pandemia, lejos de ser una coyuntura superada, dejó cicatrices profundas. Mientras en otras regiones del país el nivel educativo comenzó a recuperarse lentamente, en Chiapas ocurrió lo contrario: el rezago educativo se profundizó. Entre 2022 y 2024, mientras el promedio nacional apenas bajó de 19.4% a 18.6%, en Chiapas creció de 31.1% a 34% según una nota del diario nacional El Economista (14/08/2025). El Inegi detalló que en tres de los seis estados —Chiapas, Oaxaca y Campeche— los niveles de rezago educativo alcanzaron sus cifras más altas desde al menos 2016. En Chiapas, el indicador ha mostrado variaciones: 30.2% en 2016, 31.2% en 2018, 32.5% en 2020 y 31.1% en 2022, hasta llegar al actual 34%.

Somos el estado con el mayor número de analfabetas, con una escolaridad promedio de apenas 7.8 años, y con los peores índices de deserción y eficiencia terminal. En lugar de avanzar, retrocedimos. La brecha con el resto del país no sólo no se cerró, se ensanchó. En los hechos, esto significa más generaciones condenadas a repetir la pobreza de sus padres.

CONTRASENTIDO
Como ya hemos señalado, Chiapas ocupa el primer lugar nacional de analfabetismo. 13 de cada 100 personas no saben leer ni escribir, tienen más de 60 años y son principalmente mujeres. El principal objetivo de uno de los proyectos estelares de la nueva ERA es el programa llamado “Chiapas Puede”. Tiene como meta enseñar a leer y escribir a la población adulta que no ha tenido acceso a la educación formal. Es aquí donde surge la pregunta inevitable: ¿qué sentido tiene apostar y meter toda la carne al asador en programas para reducir el analfabetismo si éstos priorizan casi exclusivamente a los adultos mayores y dejan a los niños y jóvenes fuera de la ecuación?

Nadie discute que alfabetizar a quienes nunca tuvieron acceso a la escuela es un acto de justicia social y nos dejaría fuera de ese deshonroso primer lugar. Pero destinar los mayores esfuerzos en esa dirección, mientras miles de jóvenes abandonan a diario las aulas, es una contradicción. Es como curar cicatrices antiguas mientras se deja sangrar la herida presente.

EL MAGISTERIO

Y a este contrasentido hay que sumarle la irresponsabilidad del magisterio, que en su mayoría ha reducido la lucha gremial a la conquista de privilegios salariales y prebendas. De maestros comprometidos pasaron a convertirse en una clase privilegiada, una nueva burguesía que, a cambio de chantajear para mantener la paz con el gobierno y dejar de hacer los desmanes que acostumbran, ha sacrificado la capacitación, la calidad y el futuro de la niñez y la juventud. El magisterio que debería ser guía y ejemplo, se ha convertido en obstáculo y cómplice del rezago. Y los gobiernos, lejos de exigirles calidad y compromiso, han preferido pactar con ellos aumentos y concesiones con tal de comprar estabilidad, a costa del porvenir de los estudiantes.

JÓVENES DESTRUYENDO EL FUTURO

El programa Jóvenes Construyendo el Futuro, lejos de alentar la continuidad académica, termina por desestimularla, pues establece como requisito fundamental que sus beneficiarios no estudien ni trabajen. En un estado como Chiapas, donde la pobreza y la falta de oportunidades ya empujan a miles de jóvenes a abandonar la escuela, este diseño institucional opera como un incentivo perverso: privilegia el apoyo económico inmediato frente a la formación escolar de mediano y largo plazo.

Así, en lugar de fortalecer la permanencia educativa, abre la puerta a que muchos adolescentes y jóvenes renuncien a seguir estudiando con tal de acceder a un ingreso que, aunque temporal, resulta más atractivo que la incierta promesa de la educación en su entorno.

EL FRACASO DE LA REPÚBLICA

Como bien advierte Molina Farro: “El fracaso de la educación es el fracaso de la República”. Y en Chiapas ese fracaso es más visible que en ninguna otra parte. La pobreza extrema, la violencia, la falta de internet y materiales escolares, sumadas a la complacencia del gobierno con un magisterio que ha privilegiado sus intereses por encima de la misión educativa, han hecho de nuestro estado el laboratorio del rezago nacional. Lo más grave es que la juventud chiapaneca —la más numerosa del país, y en teoría nuestro mayor capital— se desperdicia a pasos agigantados. El bono demográfico se convierte en pagaré social, y cada año que pasa se hipoteca un futuro que ya luce comprometido.

EL SILENCIO OFICIAL

Y ante todo ese grave panorama, la pregunta inevitable resuena: ¿qué responde o qué piensa el secretario de Educación de Chiapas ante esta contradicción? ¿Acaso todo el esfuerzo del gobierno estatal se concentra en la bandera de “Chiapas Puede”, mientras los niños y jóvenes siguen fuera de la ecuación?

Porque si la gran apuesta educativa de la entidad se reduce solo a modificar las cifras de alfabetización en adultos, por más justa que sea esa causa, el mensaje es demoledor: se atiende el rezago del pasado mientras se abandona el porvenir. Y en ese silencio oficial se esconde, quizá, el verdadero fracaso de la educación pública.

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