Descolonizar: el absurdo de negar nuestra historia borrando el pasado.
Pensé que los diputados del Congreso chiapaneco ya habían desistido del absurdo de querer modificar el escudo del estado en nombre de la mal llamada “descolonización”. Pero parece que no, que el tema sigue en la agenda, como si no hubiera cosas verdaderamente más importantes que atender. La iniciativa ni siquiera es auténtica; responde a la línea de los ideólogos radicales de izquierda, empeñados en reescribir el pasado para reforzar su narrativa de opresión y división. Lo han hecho otros gobiernos en América Latina, donde las causas identitarias se usan para dividir y como coartada para distraer del fracaso.
En el fondo, se trata del viejo truco del resentimiento ideológico que pretende borrar símbolos, monumentos o personajes incómodos para sustituirlos por una versión edulcorada de la historia. Una historia “limpia” de españoles, de religión, de tradición… y de todo aquello que no encaje con la visión revanchista de quienes necesitan enemigos para justificar su existencia política.
EL ESCUDO Y LA HERENCIA QUE SOMOS
El caso de Chiapas es especialmente relevante porque si algo define a nuestra cultura es precisamente la herencia colonial. Todos esos rituales a los que llaman usos y costumbres ancestrales, las fiestas patronales y las celebraciones religiosas, son producto del sincretismo entre la fe hispánica y las raíces mesoamericanas. Pretender “descolonizar” cambiando el escudo porque tiene leones —argumentando que en Chiapas no los hay— es un acto de ignorancia histórica. Los leones no representan fauna, sino la heráldica del reino de León, que dio nombre a buena parte de nuestra historia virreinal.
Cambiar el escudo con ese pretexto es tan absurdo como mandar a quitar la pila de Chiapa de Corzo por ser una réplica de la corona española. Si se tomara en serio esa lógica, habría que prohibir también las fiestas patronales —institución virreinal— o censurar la gastronomía regional. Porque el cochito, los nuéganos, los quesos, el pozol y hasta el pox son hijos de ese mestizaje: el cerdo, el trigo y hasta los métodos de destilación vinieron de España. ¿Deberíamos entonces renunciar a todo eso para sentirnos más “auténticos”? Descolonizar, en ese sentido, implicaría borrar la mitad de lo que somos, amputar el alma que nos define.
LA PARADOJA DE LOS DESCENDIENTES
La iniciativa fue presentada por el diputado José Ángel del Valle y probablemente será respaldada por la propia diputada María Mandiola, ambos descendientes directos de españoles, junto con otros legisladores a los que, francamente, no les interesa ni discutir el tema, solo obedecer la consigna. ¿De verdad José Ángel y Maria, van a votar por tal disparate que es una aberración que niega sus propios orígenes? Van a renunciar a su cargo para descolonizar el congreso? ¿Los demás diputados van a renegar del mestizaje que nos constituye a todos? Lo paradójico es que quienes impulsan estas ideas lo hacen en nombre de la inclusión (cuando el 28% de la población es indígena y el resto mestizo), pero en realidad promueven una exclusión simbólica: la del pasado.
IDENTIDAD Y FUSIÓN, NO REVANCHA
Nuestra identidad no nació del odio ni de la pureza, sino de la fusión. Chiapas es hijo de la mezcla, del encuentro entre el maíz y el trigo, entre el copal y el incienso, entre la marimba africana y el canto gregoriano. Descolonizar no es negar lo que nos formó, sino entenderlo. Pero quienes ahora quieren cambiar el escudo confunden la historia con ideología. Serán recordados por haber pretendido cambiar la historia.
Borrar el pasado colonial es como amputarnos un brazo. Y aun así, pretenden que aplaudamos la mutilación.
O usted, ¿qué opina?