A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

La insoportable brevedad del ser

Hay una generación que nació conectada al wifi, que aprendió antes a deslizar una pantalla que a pasar la hoja de un libro. Se le ha llamado centennial, pero en realidad bien podría bautizarse como la generación del algoritmo: aquella que no decide lo que consume, sino que consume lo que el algoritmo decide por ella.

En un mundo donde todo cabe en un video de 15 segundos y donde la profundidad equivale a un meme con subtítulos filosóficos, el acto de leer se ha convertido en un suplicio. Un texto largo intimida, un libro es un enemigo. Prefieren saber de todo y de nada al mismo tiempo, porque su dieta informativa se reduce a lo viral y lo frívolo. El conocimiento ha sido sustituido por el “scroll” infinito.

ESCLAVOS DEL PRESENTE

La memoria histórica, como la personal, parece disolverse en segundos. Nada dura más allá del siguiente “trend”. Esa fugacidad es lo que Milán Kundera, con otra intención, llamó “la insoportable levedad del ser”: vivir sin peso, sin densidad, flotando entre estímulos efímeros que se desvanecen apenas aparecen. La diferencia es que, en nuestra época, esa levedad ya no es metáfora existencial, sino condición cotidiana.

Lo que ayer fue un escándalo, hoy es olvido. Lo que parecía fundamental se convierte en irrelevante al día siguiente. En esa dinámica, el ser mismo se encoge. Ya no hay proyectos vitales de largo aliento, ni compromisos que sobrevivan a una temporada. Solo trending topics.

EL MITO DE LA INFORMACIÓN

Muchos centennials creen estar enterados porque “se enteran” de lo que circula. Pero el estar informados no equivale a conocer. Saber que algo pasó no es lo mismo que entender por qué pasó ni qué significa. Confunden la anécdota con el análisis, el chisme con la historia. Y, sobre todo, confunden la inmediatez con la verdad.

Si el arte contemporáneo se reduce a un plátano pegado en una pared, la cultura centennial corre el riesgo de ser exactamente eso: una fruta efímera que se pudre mientras alguien celebra haber pagado millones por ella.

EL PELIGRO DE LA IDIOCRACIA

Esta generación que tanto proclama la igualdad y que critica una opulencia que en el fondo desea, corre el riesgo de convertirse en una generación idiotizada por la propia tecnología. Lo estamos viendo ya con la inteligencia artificial: sustituyendo la capacidad de pensar por la comodidad de preguntar, reduciendo el criterio propio a un dictado automatizado. La película Idiocracia (2007) nació como sátira exagerada contra el consumismo, la banalización de la cultura y la estupidez masificada; sin embargo, vista hoy parece más bien una profecía: el avance de la ignorancia disfrazada de autenticidad, la política reducida a espectáculo y la ciencia despreciada en nombre de ocurrencias populares nos acercan inquietantemente al mundo absurdo que pintaba como comedia, pero que ahora asoma como un espejo incómodo de nuestra realidad.

Y, sin embargo, no todo está perdido. Quienes sobrevivan serán los que resistan y transgredan este orden diseñado para manipular a las masas. Serán ellos, y no los que se dejen arrastrar por la corriente, quienes asuman el liderazgo del mañana. Porque solo quienes se atreven a sostener la memoria, a leer lo incómodo, a pensar lo complejo, podrán escapar a la insoportable brevedad del ser.

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