La resistencia que no fue
En el debate actual sobre la Conquista se repite con frecuencia la idea de que los pueblos de Chiapas resistieron heroicamente a los españoles. Pero esa afirmación, más fruto del romanticismo ideológico que de la historia documentada, no resiste un análisis serio de las fuentes. En realidad, solo un grupo indígena —los chiapanecas del valle del Grijalva— ofreció una resistencia prolongada y violenta. Los demás pueblos, lejos de enfrentarse a los conquistadores, se aliaron con ellos.
LOS CHIAPANECAS: GUERRA Y DEVASTACIÓN
Los chiapanecas eran un pueblo guerrero de origen otomangue, establecido en la cuenca media del río Grijalva. Tenían bajo su dominio a comunidades zoques y tzotziles, a las que imponían tributos y campañas de castigo. Cuando en 1523 las huestes de Luis Marín, por orden de Hernán Cortés, penetraron en la región, los chiapanecas opusieron una resistencia feroz. Las crónicas describen batallas en los riscos de Chiapa de Corzo y una defensa desesperada en los farallones del río.
Fray Bartolomé de las Casas relata que muchos prefirieron lanzarse al vacío antes que rendirse. Esa guerra, que se prolongó por años, culminó hacia 1530 con la casi total destrucción del pueblo chiapaneca. Los sobrevivientes fueron concentrados en poblaciones controladas por los españoles y su lengua se extinguió en pocas generaciones.
LOS ALIADOS TZOTZILES Y ZINACANTECOS
En contraste, los pueblos de la sierra —zinacantecos, tzotziles y tzeltales— adoptaron otra postura. Los relatos del dominico Francisco Ximénez, en su Crónica de la Provincia de los Chiapas y Guatemala, narran que los zinacantecos enviaron emisarios hasta Coatzacoalcos para invitar a los españoles a entrar en sus tierras y ayudarlos a liberarse del dominio chiapaneca. Sabían que allí se encontraban las huestes de Luis Marín y Pedro de Alvarado, y los buscaron con la esperanza de sellar una alianza.
De esa invitación surgió la expedición encabezada por Diego de Mazariegos, quien, en 1528, fundó la villa de Ciudad Real de Chiapa —hoy San Cristóbal de Las Casas— en el valle de Hueyzacatlán, guiado y acompañado por indígenas de Zinacantán. Lejos de ser conquistados por la fuerza, estos pueblos ofrecieron hospitalidad, guías e intérpretes. Su alianza con los españoles les permitió equilibrar el poder regional y, en algunos casos, mejorar sus condiciones frente a los antiguos enemigos.
UNA CONQUISTA INTERINDÍGENA
Lo ocurrido en Chiapas no fue un hecho aislado. En el altiplano central, los tlaxcaltecas y totonacas habían hecho lo mismo contra la opresión del imperio mexica. Se aliaron con Cortés no por servidumbre, sino por supervivencia: los mexicas les exigían tributos en esclavos, alimentos y víctimas para el sacrificio humano. Aquella guerra fue, en buena medida, una rebelión indígena generalizada en la que los españoles fungieron como catalizadores de un cambio de poder.
Así también en Chiapas, la conquista no fue un choque entre europeos e indígenas, sino una serie de alianzas, rivalidades y pactos interindígenas en los que los castellanos actuaron como árbitros armados. Las disputas previas facilitaron su expansión. Los zoques del norte se sometieron sin combate, los lacandones resistieron en la selva durante siglos, y solo los chiapanecas fueron aniquilados por su oposición frontal.
SAN CRISTÓBAL: UNA CIUDAD DE TODOS
Con la fundación de Ciudad Real, Mazariegos consolidó la Provincia de las Chiapas, que pronto se integró a la Capitanía General de Guatemala. Años después llegó fray Bartolomé de las Casas, quien fundó los “pueblos de paz” e impulsó la defensa de los naturales frente a los encomenderos. La nueva ciudad reunió a distintas etnias: tlaxcaltecas, mexicas, tzotziles, zoques y hasta otomíes que se establecieron en lo que después serían sus barrios tradicionales. San Cristóbal nació así como una comunidad multiétnica y multicultural, la primera en la América española, donde confluyeron lenguas, oficios y creencias que siguen dando forma a su identidad.
El escudo del estado, con sus dos leones y el castillo flanqueando un río, no celebra la dominación, sino la unión y la resistencia frente al caos. Representa el nacimiento de una comunidad nueva, mestiza y cristianizada, resultado de aquel encuentro —a veces brutal, a veces pactado— que transformó para siempre a Chiapas.
MITO Y REALIDAD
Decir que todos los pueblos de Chiapas resistieron a los españoles es una falsedad histórica. Resistieron los chiapanecas, sí, pero los zinacantecos y otros pueblos fueron sus aliados, como lo fueron tlaxcaltecas y totonacas frente a los mexicas. La historia, como siempre, es más compleja que las consignas. Negarla o simplificarla no nos libera del pasado: nos condena a repetir sus errores.