Cuando la patria llora y el poder calla
Me dolió la indolencia. No puedo ocultarlo. Mientras millones de mexicanos se estremecieron con el asesinato de Carlos Manzo —un alcalde joven, valiente, sin temor, sin doble discurso— la presidenta se mostró más preocupada por descalificar a quienes protestaron que por acompañar el duelo colectivo. Llamó “buitres” a los ciudadanos que reclamaron justicia, como si la indignación fuera patrimonio de un partido y no un derecho civico.
LA ETERNA COARTADA DEL ENEMIGO
Para este gobierno, todo aquel que no aplaude es automáticamente “derecha”. Esa obsesión por reducir el país a un pleito tribal entre buenos y malos, mientras el crimen se fortalece, es una forma de renuncia moral. El Estado no está para disputar adjetivos: está para proteger la vida. Y cuando la vida cae ante los ojos de todos y el Estado responde con frases defensivas, lo que fracasa no es la retórica: es la república.
LA FALSEDAD SOBRE LA MILITARIZACIÓN
Sheinbaum afirmó que no repetirá “el error de Calderón de militarizar al país”. Pero la realidad no se borra con discurso: México ya fue militarizado por el gobierno de Morena. La Guardia Nacional nació castrense, la Marina y el Ejército fueron incorporados masivamente a tareas civiles y, lejos de resolver el problema, terminaron infiltrados, exhibidos y, en no pocos casos, corrompidos. No solo no funcionó: se degradó a las fuerzas armadas y se normalizó una presencia militar que no dio paz, pero sí más poder a los violentos.
LO QUE ELLA CALLA, OTROS SÍ LO ENFRENTARON
Mientras la presidenta habla de carpetas de investigación y procesos que eternizan la justicia, en El Salvador Nayib Bukele hizo lo que un gobierno hace cuando el crimen captura al país: declaró un estado de excepción para extirpar a las pandillas. Con todos los matices que se puedan debatir, los ciudadanos recuperaron las calles. Aquí, en cambio, se repite el mantra de “atender las causas” mientras las causas se arman, cobran piso, gobiernan regiones enteras y asesinan alcaldes en plazas públicas.
ATENDER LAS CAUSAS…
El discurso de la pobreza como “origen de la violencia” se ha convertido en coartada. No hay programa social que derrote a un cártel armado, ni conferencia mañanera que detenga un convoy de sicarios. Y si la estrategia real consiste en administrar la violencia para no confrontar a los criminales —porque son votos, control territorial o riesgo político— entonces ya no estamos ante un gobierno omiso, sino ante uno cómplice por inacción.
LA HERIDA QUE NO CICATRIZA
Carlos Manzo no murió por azar: murió porque el Estado no hizo su parte. Murió porque advirtió, denunció, insistió… y nadie respondió. Murió porque los cárteles saben que no hay consecuencias. En un país con instituciones vivas, su asesinato habría marcado un viraje: no solo detener a sicarios, sino recuperar el principio de autoridad. Aquí, en cambio, se administra la tragedia como si fuera estadística.
LA ADVERTENCIA DE TRUMP
Millones de mexicanos han alzado la voz porque alguien haga algo. Y si el gobierno no va a hacerlo, ya hay quien promete hacerlo por nosotros: la administración de Donald Trump planea traer drones y oficiales de inteligencia a México para atacar instalaciones y a los líderes de los cárteles. No es una amenaza retórica, es un anuncio que busca «decapitar» de tajo a la delincuencia.
Si eso ocurre, será porque los vacíos del Estado y la inacción hicieron inviable la esperanza interna. Para muchos, Trump aparece ahora como la alternativa que cortará de raíz las estructuras de poder del narco: neutralizar capos y desmantelar cadenas de impunidad que hasta hoy han operado con tranquilidad.
UN PAÍS QUE AÚN ESPERA
Una presidenta —y más aún, siendo madre— debió conmoverse, dolerse, hablar con la voz que se quiebra cuando se reconoce la indignación de millones de mexicanos de mexicanos que no militan en ningún partido. No lo hizo. Prefirió la frialdad técnica, el alegato político y el viejo pretexto de culpar al pasado. México no necesita más carpetas de investigación: necesita decisiones. Enfrentar un problema que está poniendo en riesgo la paz social y la propia soberania. Necesita que el crimen tema al Estado y no al revés.
Si la muerte de Carlos Manzo, no cambia nada, el mensaje será brutal: no hay lugar seguro, no hay cargo que proteja, no hay súplica que valga. Y entonces el país tendrá que preguntarse algo devastador: ¿quién gobierna de verdad?
 







