A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

El colapso que nadie quiere ver

La historia de la Isla de Pascua —Rapa Nui— en Chile, se ha convertido en una metáfora global del colapso ambiental. Jared Diamond popularizó la idea de que los antiguos rapanui se autodestruyeron al talar todos los árboles de la isla, provocando erosión, hambrunas y guerras internas. Hoy sabemos que la tesis es más compleja, pero no deja de ser una advertencia poderosa: cuando una sociedad consume más de lo que su entorno puede regenerar, camina hacia su ruina. Chiapas, con toda su exuberancia, corre el riesgo de repetir esa historia.

SELVAS QUE SE DESANGRAN

La deforestación avanza implacable en la entidad. Selvas desmontadas para sembrar maíz de subsistencia o ampliar potreros de ganado. Árboles talados ilegalmente para alimentar cadenas de comercio clandestino. El paisaje de la carretera Tuxtla–San Cristóbal revela las cicatrices: laderas pelonas que se desgajan con las lluvias, suelos que se erosionan y terminan arrastrados por el agua hacia los ríos. Es un modelo de agotamiento silencioso que compromete el futuro.

LEÑA Y HUMO, UNA TRAMPA DOBLE

Los hornos de leña siguen siendo omnipresentes. Alrededor del 48.5 % de las viviendas utilizan leña como combustible doméstico. Cerca de 500 000 familias usan leña para cocinar. No solo consumen enormes cantidades de árboles, sino que exponen a miles de familias —sobre todo mujeres y niños— a enfermedades respiratorias crónicas. Programas de estufas ecológicas existen, pero se aplican de forma discontinua y sin incentivos claros. La leña, barata y accesible, mantiene a las comunidades en un círculo vicioso: deterioro ambiental y deterioro sanitario al mismo tiempo.

RÍOS Y LAGUNAS CONTAMINADOS

Los cuerpos de agua de Chiapas también muestran señales de colapso. En el norte, la Laguna de Catazajá ha visto mermar su riqueza pesquera por los agroquímicos y la sobreexplotación. Y en la costa, la Laguna de Paredón, vital para pescadores y comunidades enteras, sufre la presión de descargas contaminantes, basura y pérdida de biodiversidad. Allí donde antes abundaban peces y aves, hoy quedan aguas turbias y un futuro incierto.

BASURA Y AUSENCIA DE INFRAESTRUCTURA

El problema se agrava por la falta de plantas de tratamiento de aguas residuales. La mayoría de las ciudades y poblaciones descarga directamente sus desechos en ríos y arroyos. A esto se suma la ausencia de rellenos sanitarios: en San Cristóbal de Las Casas, por ejemplo, los desechos se amontonan a cielo abierto, filtrándose al subsuelo y contaminando mantos acuíferos. La gestión de residuos sigue siendo una deuda estructural, invisibilizada por gobiernos que prefieren cortar listones de obras vistosas antes que invertir en lo elemental.

UN CÍRCULO DEGRADANTE

Deforestación, erosión, contaminación: cada pieza se conecta con la otra. El bosque que desaparece deja suelos frágiles que terminan azolvando ríos y lagunas. Las aguas negras no tratadas agravan la muerte de peces y privan a las comunidades ribereñas de su sustento. La basura sin destino técnico multiplica la contaminación. El humo de la leña enferma a los habitantes que sobreviven en medio de la pobreza. Es un colapso lento pero visible, un deterioro que avanza ante la indiferencia de las autoridades.

UN COLAPSO NO INEVITABLE

A diferencia de los rapanui, aislados en medio del Pacífico, Chiapas aún tiene margen de acción. Existen tecnologías limpias, modelos de producción sostenible y conocimiento suficiente para revertir la degradación. Lo que falta es voluntad política y visión de largo plazo. Los megaproyectos federales presumen modernidad, pero los ríos, las selvas y las lagunas se siguen muriendo sin atención.

El espejo de Rapa Nui nos interpela. La lección no es que estemos condenados a repetir un colapso, sino que si no corregimos el rumbo, el colapso vendrá disfrazado de más pobreza, enfermedades y migración forzada. Chiapas, tierra de selvas y ríos, aún puede elegir no ser otra isla desierta en medio del mundo.

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