¿Fue España la culpable?
En los últimos años se ha vuelto moda explicar el racismo, la discriminación y la desigualdad actuales como una herencia directa del mal llamado “colonialismo” español. La Nueva España o reino de la Nueva España, no era una colonia, era una extensión del reino de Castilla.
Según esta errática visión, bastaría con “decolonizar el pensamiento” para liberarnos de la opresión histórica. Es una tesis fácil de repetir, pero difícil de sostener si se analiza con rigor. La historia no se acomoda tan dócilmente a los discursos y conveniencias políticas del momento.
DISCRIMINAR ANTES DE LA CONQUISTA
Quienes responsabilizan a la Colonia de todos nuestros males omiten un hecho incómodo: las culturas mesoamericanas ya practicaban formas de desigualdad y exclusión siglos antes de la llegada de los españoles.
Los mexicas imponían tributos y terror a otros pueblos; los mayas distinguían rígidamente entre nobles, sacerdotes, comerciantes, campesinos y esclavos; los tarascos tenían jerarquías étnicas entre “propios” y “sometidos”. La guerra de 1519–1521 no fue solo europeos contra indígenas: fue también indígenas contra indígenas, aprovechando rivalidades previas.
Y hay un dato que muchos prefieren callar: aquellas civilizaciones practicaban sacrificios humanos y, en ciertos casos, antropofagia ritual. Miles de prisioneros de guerra eran sacrificados en honor a los dioses y su carne consumida por la élite sacerdotal y guerrera. No estamos hablando de barbaridades inventadas, sino de testimonios propios de los cronistas indígenas y evidencias arqueológicas.
Es decir: la violencia estructural, la exclusión y el desprecio al otro no llegaron en barco. Ya existían. La Conquista no inventa el dominio: lo reconfigura. Las leyes de Burgos y luego de Indias, otorgaron condición de súbditos y protejían sus derechos humanos contra los abusos.
¿DECOLONIZAR O DESCONOCERSE?
Los activistas de la “decolonización” repiten que todo racismo viene de la «Colonia». Pero si eso fuera cierto, ¿cómo explicar que sociedades no colonizadas —China, Japón, el antiguo Egipto, la India prebritánica— también tuvieron castas, esclavitud y jerarquías raciales? ¿O que hoy exista racismo entre indígenas y afromexicanos, entre norteños y sureños, entre ricos y pobres?
Porque la verdad es esta: la discriminación no la inventó España. La inventó el ser humano.
El discurso decolonial, cuando se usa como catecismo, no libera: infantiliza. Nos coloca eternamente como víctimas de un pasado que ya no podemos cambiar, mientras nos exime de mirar al presente, donde el poder real no lo tienen conquistadores del siglo XVI, sino élites políticas y económicas bien contemporáneas.
EL PROBLEMA NO ES UNA CORONA EN UN ESCUDO
Si de verdad el racismo fuera un efecto simbólico del virreinato, bastaría con quitar coronas, cambiar nombres de calles y diseñar logotipos sin leones ni castillos. Pero no: el racismo persiste incluso en comunidades indígenas, en oficinas gubernamentales, en medios, en universidades, en redes sociales, en familias.
No es un asunto de escudos. Es un problema de educación, de desigualdad económica, de movilidad social bloqueada, de corrupción que perpetúa privilegios.
EL MESTIZAJE NO ES PECADO, ES ORIGEN
México no es indígena puro ni español puro: es mestizo. Eso no es una traición ni una tragedia: es una realidad histórica irrepetible que nos dio lengua, memoria, símbolos, religiosidad, gastronomía, arquitectura, música, cosmovisión. Descolonizar, si significa amputar una parte de lo que somos, no es sanar: es negarse.
No necesitamos un pensamiento descolonizado: necesitamos un pensamiento desfanatizado. Menos consignas ideológicas, más honestidad histórica. Menos culpa prestada, más responsabilidad propia.
El racismo no se combate derribando estatuas ni reescribiendo escudos: se combate con justicia, con igualdad ante la ley, con oportunidades reales. No a 500 años de distancia, sino aquí y ahora.








