A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

Nueva York, el capitalismo sitiado

El triunfo de Zohran Mamdani como alcalde electo de Nueva York no es una anécdota electoral: es el síntoma de una confusión peligrosa. Que la capital financiera del mundo elija a un político que promete “gobernar contra los millonarios” y “liberar a la ciudad del capitalismo” dice menos del capitalismo… y más del olvido colectivo de sus beneficios.

Nueva York no sería Nueva York sin Wall Street, sin inversión privada, sin propiedad inmobiliaria, sin inmigrantes que llegaron no para que el Estado los mantuviera, sino para abrir un local, levantar un edificio o vender lo que sabían hacer. La ciudad no fue construida por subsidios, sino por competencia. No por decretos, sino por trabajo. No por congelar rentas, sino por generar riqueza.

EL ERROR NO ES EL CAPITALISMO, SINO OLVIDAR CÓMO FUNCIONA

Quienes hoy denuncian la desigualdad de Nueva York olvidan un dato elemental: la única razón por la que tanta gente quiere vivir ahí es precisamente porque el capitalismo convirtió a la ciudad en un polo de innovación, cultura, tecnología y oportunidades. Si los precios suben es porque la ciudad es deseable. Si millones emigran a ella es porque ofrece algo que sus países de origen —en su mayoría socialistas, estatistas o clientelares— no les dieron.

El capitalismo no es el problema. El problema es dejar de practicarlo.

EL POPULISMO URBANO COMO ENFERMEDAD MODERNA

Prometer congelar rentas suena heroico, pero termina destruyendo la oferta de vivienda. Castigar a los inversionistas suena noble, pero ahuyenta a quienes crean empleos. Declararle la guerra a los ricos no vuelve más ricos a los pobres: solo empobrece a todos.

Cuando una ciudad espanta el capital productivo, no se vuelve más justa: se vuelve más decadente. No hay redistribución posible sin algo que redistribuir. Y si se hunde la actividad económica, el Estado social también se hunde. El socialismo fracasa primero en los números y después en la vida diaria.

LA FALSA ANTESALA DEL PARAÍSO IGUALITARIO

Nueva York es hoy lo que Chicago, Detroit, Caracas o Buenos Aires fueron antes de caer en la misma trampa: creer que el problema no es la burocracia, ni la ineficiencia, ni la insolvencia fiscal, ni los impuestos desbordados, sino “los ricos”. Y una vez que esa narrativa se instala, el colapso ya no es económico: es moral.

El capitalismo es imperfecto, sí. Pero es el único sistema que convirtió ciudades en centros de creación, no en zonas de reparto. Es el único que ha sacado de la pobreza a más personas en 200 años que todos los gobiernos asistencialistas juntos. Es el único que permite que un inmigrante sin un dólar llegue y prospere, no porque el Estado lo subsidie, sino porque el mercado lo necesita.

LO QUE REALMENTE ESTÁ EN JUEGO

Cuando Nueva York abandona la libertad económica, no solo traiciona su historia: renuncia a su futuro. La ciudad que enseñó al mundo a levantar rascacielos, ahora corre el riesgo de convertirse en la ciudad que aprendió a derribarlos… a golpes de discurso.

El capitalismo no es un enemigo a domesticar, sino una energía que exige reglas claras, competencia real y Estado funcional, no Estado paternalista. El problema no es el capitalismo salvaje, sino el capitalismo avergonzado.

Y si la cuna del capitalismo empieza a pedir perdón por existir, el mundo entero pierde su referencia.

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