Y dale con el escudo
Y dale con justificar la ocurrencia de cambiar el escudo. Los defensores oficiosos y los supuestos foros “participativos” intentan legitimarla, como si borrar símbolos fuera sinónimo de progreso. Todo por la tontería de —ya saben quién— de andar exigiendo perdón a la Corona española por algo que sucedió hace quinientos años y que, nos guste o no, forma parte de nuestra historia.
Aquel episodio, reinterpretado bajo la óptica del resentimiento, se convierte en una bandera ideológica para vivir victimizándonos más que en un ejercicio de memoria. En vez de reconciliarnos con nuestro pasado, lo volvemos a usar como arma política.
Tras la guerra de Independencia, ideas similares —alimentadas por un antiespañolismo artificioso— provocaron la destrucción de todo lo que recordara a España. Se derribaron monumentos, se borraron nombres y se intentó reinventar la identidad nacional como si lo mexicano hubiera nacido de la nada. Entre los abusos de aquella iconoclasia destaca el intento de derrumbar la estatua ecuestre de Carlos IV, el famoso Caballito, símbolo del arte neoclásico y de una época que, con todos sus contrastes, también nos pertenece.
EL ESCUDO Y SU SENTIDO
El Escudo de Chiapas no simboliza el dominio de la Corona española sobre estas tierras; fue una merced honorífica otorgada por Carlos I en 1535 a la Villa Real de Chiapa —hoy San Cristóbal de Las Casas— en reconocimiento a su fundación y pacificación. No fue una imposición, sino un acto jurídico de incorporación al reino de Castilla, que entonces era una comunidad de reinos con igual dignidad. Recibir un escudo no era signo de servidumbre, sino de mérito y pertenencia.
Los leones rampantes y el castillo no son emblemas de opresión, sino símbolos heráldicos universales de fuerza y justicia. Formaban parte de los blasones de numerosas villas tanto europeas como americanas. Incluso pueblos indígenas aliados, como Tlaxcala, Texcoco o Cholula, recibieron escudos propios, prueba de reconocimiento y alianza, no de vasallaje.
ANTES DE LA CONQUISTA
Los pueblos mesoamericanos ya estaban bajo el dominio del imperio mexica, que imponía tributos, guerras y sacrificios humanos sobre las naciones vecinas. Muchos se aliaron con los españoles no por sometimiento, sino por buscar su liberación. La Conquista, lejos de ser una invasión unilateral, fue una empresa intercultural donde se fundieron civilizaciones distintas.
DE SÚBDITOS A CIUDADANOS
La Monarquía hispánica fue pionera en reconocer derechos a los pueblos originarios. Las Leyes de Burgos (1512) y las Leyes Nuevas (1542) declararon que los indios eran libres y vasallos del Rey, no esclavos. Con el tiempo, pasaron de súbditos protegidos a ciudadanos del mismo rango que los españoles peninsulares. Fue el primer antecedente histórico de igualdad jurídica entre culturas.
IDENTIDAD COMPUESTA
Las etnias chiapanecas preservaron sus lenguas y costumbres porque fueron incorporadas, no aniquiladas. Los españoles no vinieron a destruir, sino a evangelizar, educar y fundar. Por eso hoy conviven los rezos en lengua indígena, las fiestas patronales, las danzas mestizas y el calendario litúrgico. Nuestra identidad no es producto de resistencia, sino de pertenencia compartida.
UN SÍMBOLO, NO UN ESLOGAN
Se equivocan quienes ven en el escudo un símbolo de dominio. En su contexto, fue parte de una época y debe entenderse como tal: un documento histórico, no un emblema político en disputa. Pretender adecuarlo al lenguaje de la moda ideológica o a los discursos de sexenio es profanar su sentido y empobrecer la memoria.
Quienes se han autoproclamado “la conciencia histórica de Chiapas” llevarán en su conciencia haber cometido este absurdo producto de su enorme ignorancia.
Los pueblos que no comprenden su pasado están condenados a reinventarlo cada seis años.








