A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

No vinieron delincuentes

Entre los muchos mitos que se han tejido sobre la Conquista de América, uno de los más persistentes es el que pinta a los conquistadores como una horda de facinerosos y criminales desterrados de España. La llamada “leyenda negra”, difundida por los enemigos de la monarquía hispánica, presentó la expansión española como una empresa brutal, protagonizada por aventureros sin escrúpulos. Pero los documentos y los historiadores serios cuentan otra historia: la de hombres comunes, pero también ilustrados que vinieron a construir un mundo nuevo.

UNA MIGRACIÓN CONTROLADA

Desde los primeros viajes, la Corona española quiso asegurar que quienes emigraran fueran personas honorables y leales. La Casa de Contratación de Sevilla y el Consejo de Indias regulaban cada embarque. Para obtener licencia era indispensable acreditar ser cristiano viejo, de buena vida y sin causa criminal pendiente. Las Reales Cédulas de 1509 y 1535 fueron explícitas: “Ninguna persona de mala fama o delito cometido pasará a nuestras Indias sin especial licencia.”

A diferencia de las colonias penales británicas o francesas, América no fue un destino de castigo, sino de esperanza. El control burocrático, la moral cristiana y el propósito evangelizador definieron el perfil del emigrante. No se trató de vaciar cárceles, sino de fundar pueblos y extender la civilización.

LOS PERFILES

Los registros conservados en el Archivo General de Indias muestran que la mayoría de los hombres que cruzaron el Atlántico eran campesinos, artesanos, marineros o hidalgos. Gente, venida de Extremadura o Andalucía, movida por el anhelo de mejorar su suerte.

Según el historiador José Luis Martínez, en la expedición de Cortés no había convictos, sino hombres libres, disciplinados y con aspiraciones legítimas. Muchos formaron familias, fundaron ciudades y ocuparon cargos de gobierno. Si hubieran sido delincuentes, difícilmente se les habría confiado la organización del nuevo orden social.

EL FILTRO

En la España del siglo XVI, el certificado de limpieza de sangre era símbolo de pureza religiosa y moral. Acreditaba que el solicitante no tenía ascendencia judía ni musulmana y que llevaba una vida honesta. Se trataba de extender la fe cristiana hacia los nuevos reinos. Para obtenerlo se requerían testimonios de vecinos y documentos eclesiásticos.
Estos certificados fueron requisito indispensable para embarcarse rumbo a las Indias. La intención era fundar una sociedad “sin mácula de infidelidad ni delito”. De ese modo, el ideal cristiano y la moral de la época se trasladaron al Nuevo Mundo como fundamento de una nueva civilización.

FE, HONRA Y OPORTUNIDAD

Las motivaciones de aquellos hombres no fueron el delito ni la fuga, sino la fe, la aventura y la búsqueda de honra. En una Europa cerrada al ascenso social, el Nuevo Mundo ofrecía lo imposible: empezar de nuevo. Allí un campesino podía ser alcalde, un soldado, capitán, y un hidalgo sin fortuna, encomendero o hacendado.

El propio Bartolomé de las Casas, crítico de los excesos coloniales, reconocía que muchos vinieron “movidos de celo de fe o de deseo de honra, no de malicia ni delito”. Fue, en el fondo, una migración de hombres libres y esperanzados, no de forajidos.

Y América no sólo fue tierra de oportunidades: en menos de un siglo se volvió más rica que la propia España. De sus minas, campos y puertos salieron metales, alimentos, arte, universidades, hospitales y ciudades que rivalizaron con las europeas. La Nueva España llegó a tener más imprentas, conventos y caminos que varios reinos del Viejo Mundo.

Aquellos hombres que cruzaron el océano no huyeron de la justicia: vinieron a sembrar un mundo que floreció hasta superar al de sus orígenes.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *