A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

El olvido del Virreinato

Durante tres siglos, la Nueva España fue un laboratorio de civilización, arte y pensamiento. Se fundaron universidades, imprentas, observatorios astronómicos y hospitales; se escribieron tratados de filosofía, derecho y teología que dialogaban con Europa y se adaptaban al Nuevo Mundo. Y sin embargo, hoy ese largo periodo —más extenso que toda la historia independiente de México— yace casi borrado del imaginario colectivo. Pareciera que la nación surgió de la nada en 1810, como si antes solo hubiera silencio.

LAS BIBLIOTECAS PERDIDAS

El olvido no fue solo simbólico. La guerra de Independencia, las reformas liberales y las revoluciones sucesivas arrasaron con el acervo material del Virreinato. En el fragor de la guerra, conventos, colegios y templos fueron ocupados o incendiados; sus bibliotecas, saqueadas o dispersas. Muchos insurgentes y realistas —sin distinguir causa ni credo— usaron esos recintos como cuarteles o refugios. Libros encuadernados en piel, manuscritos únicos, partituras, códices y crónicas se perdieron para siempre, víctimas de la violencia y del desprecio por lo “colonial”.

Cuando los jesuitas fueron expulsados en 1767, sus riquísimos fondos intelectuales quedaron a merced del azar. Las Constituciones de la Compañía de Jesús exigían que en cada colegio existiera una librería común con textos útiles para la formación espiritual. En la Nueva España, los jesuitas siguieron fielmente esa norma desde su llegada en 1572. En Tepotzotlán, por ejemplo, se tiene registro de una biblioteca común hacia 1755, bajo el rectorado del padre Pedro Reales. Esos acervos formaban parte de un sistema de educación y conocimiento que abarcaba toda la América hispana y que, tras la expulsión, quedó desmantelado.

Durante la Reforma, las leyes de desamortización trasladaron los bienes eclesiásticos al Estado, pero en el proceso se vendieron o destruyeron innumerables bibliotecas conventuales. De milagro se salvaron unas cuantas, como la Biblioteca Palafoxiana de Puebla, declarada pública desde el siglo XVII, o la Biblioteca Antigua del Museo Nacional del Virreinato en Tepotzotlán.

ACERVOS

También subsisten acervos regionales de gran valor, como el Archivo Histórico Diocesano de San Cristóbal de las Casas, que conserva manuscritos, actas y registros parroquiales desde el siglo XVI. Allí se guarda la memoria documental de las misiones dominicas y de la organización eclesiástica del antiguo obispado de Chiapas: bautizos, matrimonios, visitas pastorales, censos y correspondencia que retratan la vida cotidiana del mundo indígena evangelizado.

Otros acervos notables, como el Centro de Estudios de Historia de México de la Fundación Carlos Slim, conservan una memoria viva del periodo virreinal. Fundado en 1965, resguarda más de 170 mil documentos —manuscritos, códices, mapas e impresos— que abarcan desde el siglo XVI hasta el XIX, y constituyen una de las colecciones privadas más ricas de América Latina.

Fuera del país, la Nettie Lee Benson Latin American Collection de la Universidad de Texas en Austin guarda miles de manuscritos virreinales, correspondencia, mapas y actas de cabildos novohispanos que salieron de México durante el siglo XIX. Son, junto con el Archivo General de Indias en Sevilla, los grandes refugios de la memoria colonial: fragmentos de un legado intelectual que México dejó escapar.

DESMEMORIA NACIONAL

A lo largo del siglo XIX, los nuevos gobiernos liberales promovieron una narrativa fundacional que necesitaba romper con el pasado hispano. Todo lo que oliera a monarquía, a religión o a tradición fue etiquetado como atraso. Así, se prefirió recordar las guerras antes que los siglos de paz creadora; se exaltaron las proclamas insurgentes y se olvidaron los tratados de Sor Juana, los poemas de Balbuena o los sermones del padre Clavijero. El México moderno nació amputado de su raíz más profunda: la que lo hizo mestizo, barroco y universal.

Borrar tres siglos de historia no nos hace más libres ni más cultos: nos vuelve ignorantes de nosotros mismos. Esa falta de perspectiva histórica explica por qué hoy se intenta reescribir símbolos y distorsionar la memoria, como ocurre con quienes quieren modificar el escudo de Chiapas en nombre de una falsa reparación. No se trata de reconciliar, sino de negar. Y un pueblo que niega su origen termina por no entender su presente.

RECONCILIAR EL PASADO

Hoy, cuando los archivos se digitalizan y las bibliotecas se abren al mundo, podríamos iniciar un rescate del alma virreinal, sin complejos ni prejuicios. No para idealizar, sino para comprender que en esos siglos se gestó la identidad que aún nos define. Allí están el mestizaje, el arte sacro, el español mexicano, la cocina, la música y la organización política que dieron forma a lo que somos. El Virreinato no es una sombra vergonzante, sino el cimiento sobre el que se erigió la nación.

Revisitarlo no significa rendir culto a los virreyes ni negar la Independencia, sino reconocer que, antes de romper cadenas, hubo manos que construyeron templos, ciudades y escuelas. Y que en los anaqueles olvidados de la historia aún respira la inteligencia de un país que alguna vez fue el corazón del mundo hispano.

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