A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

Isabel, la reina de los indios

Isabel de Castilla no financió una conquista, sino una travesía. No buscaba tierras para someter ni tesoros para su corte: lo que pretendía era una ruta más directa a las islas de las especias, ese oriente mítico donde Europa comerciaba con la pimienta, la canela y la seda. Eso ofreció Colón. Fue una apuesta geográfica y espiritual a la vez. El hallazgo, sin embargo, fue otro: un continente entero, desconocido no solo por España sino por el resto del mundo. En principio, América no fue conquistada: fue descubierta. Y en ese asombro comenzó una nueva era para la humanidad.

LA UNIFICACIÓN DE ESPAÑA

Isabel había nacido para hacer historia. Su matrimonio con Fernando de Aragón en 1469 no fue una boda de conveniencia, sino la piedra angular de la unificación de España. Con ella, los reinos dispersos de la península se integraron bajo una sola monarquía, una sola fe y una sola lengua. La Reina Católica supo entender que la fortaleza del reino no radicaba en la guerra permanente entre nobles, sino en la consolidación de un Estado capaz de administrar justicia, promover la educación y hacer del orden una virtud. De esa unión nacería no solo una nación, sino una civilización.

Su reinado coincidió con el fin de la Reconquista —la toma de Granada en 1492— y con el inicio de la expansión ultramarina. Ese mismo año se promulgó la gramática española de Nebrija, se fortaleció la administración pública y se fundaron instituciones de gobierno moderno. España entraba en el Renacimiento no solo con armas, sino con ideas.

LA MISIÓN Y NO LA IMPOSICIÓN

Cuando Cristóbal Colón regresó con la noticia del Nuevo Mundo, Isabel entendió la magnitud de lo que había ocurrido. Pero también el deber que se derivaba de ello. No lo vio como una empresa de rapiña ni como una cruzada militar, sino como una misión evangelizadora. Evangelizar, en su tiempo, no significaba imponer una religión, sino ofrecer una visión del mundo donde la fe y la dignidad humana fueran inseparables.

Para Isabel, la conversión de los pueblos descubiertos debía ser pacífica, por medio de la enseñanza y la caridad. Nunca autorizó su esclavitud ni su maltrato. Consideró a los indígenas vasallos libres de la Corona, con los mismos derechos que los súbditos de Castilla.

SU TESTAMENTO, UNA LECCIÓN DE HUMANIDAD

En su testamento, firmado en Medina del Campo el 12 de octubre de 1504, Isabel dejó escrita una cláusula que hoy se lee como una proclamación universal de derechos humanos. Ordenó a su esposo y sucesores: ⁠“Y porque los indios son nuestros súbditos y vasallos, es justo que sean tratados con toda humanidad y justicia; y que no se les haga agravio alguno en sus personas ni bienes, antes sean bien y justamente tratados. Y si algún agravio han recibido, se remedie y provea para que no se repita.”

Aquella voluntad se tradujo en las Leyes de Burgos (1512) y más tarde en las Leyes Nuevas o Leyes de Indias (1542), que prohibieron formalmente la esclavitud y sentaron las bases del derecho indiano. Fue el primer antecedente histórico en que un imperio reconoció derechos a los pueblos descubiertos, mucho antes de que existiera el concepto moderno de derechos humanos. Ningún otro imperio —ni el inglés, ni el francés, ni el holandés— tuvo una declaración semejante.

EL LEGADO DE UNA REINA

Isabel murió en noviembre de 1504, a los 53 años, dejando tras de sí una España unificada y un mundo recién descubierto. No supo de Hernán Cortés que inicio su travesía 15 años después, en 1519. Su legado no fue solo político ni religioso: fue civilizatorio. Creó las bases jurídicas del Nuevo Mundo y dio forma a una visión de la humanidad que, con todas sus contradicciones, reconocía la fraternidad entre pueblos distintos.

A cinco siglos de su muerte, su ejemplo sigue siendo actual. Evangelizar —como entonces— no es imponer una creencia, sino compartir una esperanza. Isabel de Castilla entendió que el poder sin fe se vuelve dominio, y que la fe sin justicia se convierte en hipocresía. Por eso su nombre no solo marcó el comienzo de una nación, sino el inicio de una conciencia. Isabel fue, en el sentido más alto de la palabra, la primera reina de los indios.

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