A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

La traición al campo

Siete años bastaron para comprobar que al campo mexicano no se le gobierna con discursos, ni con “amor al pueblo”, ni con la fantasía de que las tierras se cultivan solas. López Obrador llegó al poder prometiendo que “nunca más el campo estaría abandonado”. Y sí: cumplió, pero al revés. Nunca ha estado tan solo.

LAS PROMESAS QUE JAMÁS SE COSECHARON

El catálogo de promesas fue generoso: precios de garantía, autosuficiencia alimentaria, compras directas de SEGALMEX, fertilizantes gratuitos, créditos baratos y tecnificación del campo. Un sueño. Pero en la realidad, los precios de garantía fueron simbólicos; SEGALMEX terminó convertido en el mayor escándalo de corrupción del sexenio; los fertilizantes no llegaron a tiempo, ni en cantidad suficiente; y la financiera rural fue eliminada, dejando al campesino sin crédito ni respaldo productivo. Lo único garantizado fue la frustración.

UN PAÍS CADA VEZ MÁS DEPENDIENTE

Prometieron autosuficiencia, pero hoy México importa más que nunca. Traemos de Estados Unidos el 40% del maíz, el 70% del arroz, el 80% del trigo panificable y casi la mitad del frijol. El país que presume raíces agrícolas se volvió dependiente hasta para hacer una tortilla. ¿Cómo llegar a la autosuficiencia si cancelaron los programas de tecnificación, riego, mecanización y apoyo a la productividad? El gobierno prefirió regalar dinero antes que invertir en el futuro.

SEMILLAS DE CLIENTELISMO

En vez de impulsar la productividad, se optó por la ruta más cómoda: entregar dinero en efectivo. Programas como Sembrando Vida se vendieron como la gran solución, pero terminaron siendo un esquema clientelar que quemó selva, dividió comunidades y creó dependencia política. A los campesinos no se les apoyó para producir; se les apoyó para votar. Esa es la diferencia.

EL CAMPO SIN PRESUPUESTO

El presupuesto para el campo cayó más del 50% en términos reales. Se dejaron morir presas pequeñas, sistemas de riego, caminos saca-cosechas y centros de acopio. Cuando subieron los precios internacionales del fertilizante, el gobierno llegó tarde, mal y a medias. Mientras tanto, la tecnificación agrícola —llave para competir contra el productor estadounidense— prácticamente desapareció.

LA GRAN PREGUNTA: ¿POR QUÉ NO LOS AYUDARON?

La respuesta es incómoda: Porque el campo no produce votos suficientes. Mientras los apoyos urbanos garantizan millones de beneficiarios, el campesino trabaja, produce y exige poco. A diferencia del asistencialismo electoral, la inversión productiva no genera aplausos inmediatos. Y además, no había dinero: la corrupción, las asignaciones directas y el derroche en obras faraónicas agotaron la caja.

LAS CONSECUENCIAS YA ESTÁN AQUÍ

Lo que hoy vemos es un país que depende del exterior, con campesinos empobrecidos y sin herramientas para competir. Los granos básicos que deberíamos producir aquí se compran afuera. Y mientras Estados Unidos tiene rendimientos por hectárea muy superiores —gracias a tecnología, fertilizantes, riego y maquinaria— México sigue sembrando con las uñas. La Cuarta Transformación prometió apoyar al campo, pero terminó asfixiándolo.

UN CAMPO QUE SÍ PODÍA FLORECER

Lo trágico es que sí había alternativas: tecnificación, extensionismo, créditos baratos, infraestructura rural, estímulos fiscales y cadenas de valor. No lo hicieron. Preferían inaugurar Elefantes Blancos antes que abrir canales de riego. Preferían salir en la mañanera antes que resolver la crisis de los productores.

Al final, la traición al campo no se mide en discursos, sino en la mesa de los mexicanos.
Porque cuando un gobierno abandona al campesino, abandona también al país que dice defender.

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