La tremenda Corte
La función esencial de un Poder Judicial en una democracia moderna es muy simple: dar certeza. Certeza de que las reglas no cambian a capricho, de que las sentencias firmes se respetan y de que los derechos —incluidos los patrimoniales— no dependen del humor político de nadie. Esa es la base mínima de cualquier Estado de derecho y, por ende, de cualquier economía medianamente sensata.
Por eso el episodio reciente con la ministra Lenia Batres encendió todas las alarmas. La sola insinuación de que la Corte podría reabrir casos cerrados para “recalcular impuestos” bastó para que los mercados reaccionaran como reaccionan ante la incertidumbre: vendiendo. FEMSA cayó alrededor de un 1% y Coca-Cola FEMSA casi 2.6%, evaporando en horas miles de millones de pesos. Y no porque las empresas sean frágiles, sino porque la señal institucional es devastadora: si una sentencia firme puede deshacerse, entonces ninguna inversión está segura.
LOS MERCADOS NO SE EQUIVOCAN
Los inversionistas —locales y extranjeros— leen mensajes, no discursos. Pueden tolerar gobiernos de izquierda, derecha o de cualquier color, pero hay algo que no perdonan: la arbitrariedad. En países donde los tribunales son firmes, las economías crecen. Donde los tribunales se vuelven instrumentos políticos, el capital simplemente se va.
La Corte debería ser el pilar que sostiene la estabilidad jurídica. En cambio, hoy parece más dispuesta a jugar a la “Casa de los Famosos” jurídica: declaraciones estridentes, protagonismos innecesarios y ocurrencias que serían cómicas si no afectaran directamente la confianza económica del país.
EL COSTO LO PAGA MÉXICO
Cuando una ministra suelta frases que insinúan la posibilidad de torcer sentencias para complacer al poder político, no afecta solo a las grandes empresas. Afecta a todos: al pequeño empresario que duda si expandirse, al agricultor que teme un cambio fiscal temerario, al joven emprendedor que ya prefiere registrar su empresa en otro país. Porque sin certeza jurídica no hay inversión, sin inversión no hay crecimiento y sin crecimiento solo queda el espejismo del asistencialismo.
Y eso ya se está viendo: la bolsa a la baja, el peso nervioso, la volatilidad al alza y un clima de desconfianza que cuesta más caro que cualquier reforma fiscal.
UN PODER JUDICIAL PARA JUGAR, NO PARA JUZGAR
El país no puede darse el lujo de tener una Corte convertida en tribuna política. En un entorno global cada vez más competitivo, donde cada país lucha por atraer capital, empresas y empleos, México manda el peor mensaje posible: “Aquí las reglas pueden cambiar después de que jugaste”.
En vez de dar estabilidad, se provocan fugas de capital. En vez de fortalecer instituciones, se generan dudas. Y en vez de atraer inversión, se espanta.
No es la primera vez que pasa. Pero pocas veces había ocurrido de manera tan pública y tan irresponsable.
EL VERDADERO TEMBLOR
Lo que debería hacer temblar no es la caída de una acción en pantalla, sino la posibilidad real de que el país quede atrapado entre un poder político que quiere controlarlo todo y un Poder Judicial dispuesto a complacerlo.
Mientras eso no cambie, lo que tiembla no son los mercados: es el futuro económico de México.








