A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

La tiranía de la mediocridad

La moda ideológica del momento es descalificar el mérito. No importa si se llama progresismo sentimental, sociología de PowerPoint o pedagogía motivacional: todos coinciden en satanizar el esfuerzo, minimizar el talento y repartir una igualdad de resultados que solo se logra amputando hacia abajo. Hoy se acusa al mérito de “elitista”, al éxito de “privilegio” y al que destaca de “aspiracionista”. Es la coartada perfecta para justificar la mediocridad.

LOS APÓSTOLES DE LA IGUALDAD

Los ideólogos del igualitarismo radical insisten en que nadie debe sobresalir demasiado, no sea que algún espíritu frágil se sienta desplazado. Alegan que todo éxito es una construcción colectiva para borrarle valor al mérito individual. Pero no buscan justicia, sino nivelar hacia abajo. Prefieren un mundo donde todos reciban medalla aunque no hayan corrido la carrera. En su lógica, la excelencia es una ofensa; la incompetencia, un derecho.

EL RENCOR AL QUE DESTACA

Lo que en realidad subyace es un profundo rencor hacia quien se prepara, trabaja y compite. Como no pueden alcanzar el nivel, exigen bajarlo. De ahí su fijación por desacreditar al estudiante brillante, al emprendedor que prospera o al profesional competente. La consigna es simple: que nadie suba tan alto que evidencie a quienes se quedaron cómodamente a nivel del suelo.

LA ERA DE LOS INCONDICIONALES

Y ahí entra el caso más visible: Morena, que convirtió al Estado mexicano en un botín político. La purga de cuadros experimentados —ingenieros, médicos, economistas, administradores, diplomáticos, técnicos de carrera— no fue un error: fue un método. Había que sustituirlos por incondicionales que garantizaran obediencia, no resultados. ¿El saldo? Una cadena interminable de improvisados, ignorantes y oportunistas que no solo desconocen el funcionamiento del gobierno, sino que muchos han resultado en una cosa peor: corruptos sin disimulo. La incompetencia produce desastre; la incompetencia corrupta produce tragedias. No sorprende, entonces, que tantos programas hayan fracasado, que tantas obras estén mal hechas y que tantas instituciones hoy sean una caricatura de su propósito original. Cuando se arrasa con el mérito, lo que queda es el desastre.

EL PELIGRO DE UNA SOCIEDAD SIN EXCELENCIA

Una nación que desalienta la competencia y premia la sumisión está firmando su propio estancamiento. Sin excelencia no hay progreso; sin estándares no hay futuro. Si el cirujano no tiene que ser brillante, si el maestro no tiene que saber más que su alumno, si el funcionario no debe tener experiencia, ¿qué clase de país estamos construyendo? Uno donde da lo mismo esforzarse que no hacerlo, con las consecuencias a la vista.

LA DIGNIDAD DEL ESFUERZO

El mérito no niega la suerte ni el contexto; reconoce la dignidad de esforzarse. Celebrar el trabajo bien hecho no oprime a nadie: eleva a todos. La meritocracia, imperfecta como es, siempre será preferible a esta cultura política que premia la lealtad ciega y castiga la competencia. La verdadera tiranía no es la del mérito; es la mediocridad entronizada como virtud cívica. Y esa, si no se confronta, termina gobernando —como ya vemos— con torpeza, soberbia y corrupción.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *