La kakistocracia psiquiátrica
“Somos una kakistocracia psiquiátrica. Elevamos la pendejez a rango constitucional y romantizamos la miseria como identidad”. La frase, tomada de redes, podría sonar exagerada… si no fuera porque coincide palabra por palabra con la narrativa oficial que se repite desde Palacio Nacional. No es metáfora: es diagnóstico.
LA DOCTRINA DE LA CARENCIA COMO VIRTUD
López Obrador instaló la teoría con aquella frase ya célebre: “los pobres son la reserva moral del país”. Y remató cuando explicó que “la aspiración personal es egoísta”. Claudia Sheinbaum ha seguido la línea asegurando que “el desarrollo debe centrarse en la redistribución, no en el crecimiento”.
Es decir: no solo hay que administrar la pobreza, sino admirarla. No basta con padecerla, hay que celebrarla. La miseria deja de ser un problema para convertirse en identidad, en relato patriótico, en bandera electoral.
QUIÉN APLAUDE Y QUIÉN PAGA
Y aquí conviene hacer una precisión: no son los ciudadanos productivos quienes aplauden. A ellos se les exprime hasta el tuétano. Se les ordeña cada mes vía impuestos, cargas fiscales y trámites que parecen diseñados para obstaculizar, no para impulsar. Los que aplauden son los receptores de las dádivas: el “pueblo bueno y sabio” que el régimen convirtió en audiencia cautiva. Para ellos, aunque se roben el dinero, no haya medicinas, no haya seguridad y la vida se encarezca, el ritual de la gratitud es obligatorio.
Mientras el país se deteriora, la narrativa oficial los convence de que “vamos requetebién”, aunque el fuego ya esté alcanzando las cortinas.
EL SÍNDROME DE ESTOCOLMO EN VERSIÓN TROPICAL
Hay algo profundamente irónico —y patético— en ver a sectores enteros defender al poder que los mantiene dependientes. Es un síndrome de Estocolmo perfectamente administrado: el secuestrado idolatra al secuestrador, lo defiende, lo reelige, lo justifica y hasta lo disculpa cuando falla. Y ahí aparece Noroña, con su filosofía de cantina: “este pueblo no se equivoca, aunque se equivoque”. Una frase que podría exhibirse en cualquier museo del masoquismo político mexicano.
LA CONSTITUCIONALIZACIÓN DE LA IGNORANCIA
En esta nueva liturgia política, el conocimiento es sospechoso, la experiencia es elitista y la técnica es un estorbo. Lo correcto es obedecer sin pensar. Por eso se desprecian los méritos, se sustituye a los expertos por fieles incondicionales y se presume la improvisación como autenticidad.
Es la institucionalización del anti-intelectualismo, la canonización de la torpeza, la entronización de la incompetencia. Por eso la frase “elevamos la pendejez a rango constitucional” no es una metáfora: es una crónica.
FACUNDO CABRAL Y EL PELIGRO DE LA MULTITUD
Facundo Cabral lo resumió de forma magistral: “Solamente le tengo miedo a los pendejos… porque son muchos, no se puede cubrir semejante frente, y al ser mayoría son peligrosos: pueden elegir hasta al presidente.”
Y lo eligen. Y lo reelegirían si se pudiera. Porque la aritmética electoral no depende de la razón, sino de la cantidad de manos levantadas.
LA GUILLOTINA QUE PAGAMOS TODOS
El resultado es un país que paga por su propia guillotina. El ciudadano responsable sostiene el gasto, mientras el discurso oficial le exige disculparse por trabajar, producir y aportar. El Estado castiga al que genera y premia al que depende. Y aun así, el poder recibe aplausos. No por lo que hace, sino por lo que reparte. No por resultados, sino por relatos. No por gobernar, sino por administrar la esperanza del que, sin alternativas, se aferra a la dádiva como si fuera virtud.
ROMPER EL HECHIZO
México no está condenado a vivir enamorado de su captor. Es un país demasiado grande para seguir postrado ante quienes lo empobrecen con discursos de consuelo.
El primer paso para romper la kakistocracia psiquiátrica es simple: dejar de admirar la miseria, dejar de temerle al mérito y dejar de creer que la ignorancia es un sello de autenticidad. Porque un país no se destruye solo: necesita quienes lo dejen de pensar y quienes lo dejen de gobernar.
Pero también necesita, tarde o temprano, a quienes digan basta.








