A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

Fascismo y socialismo, son lo mismo

Hay palabras que no describen: funcionan como armas. “Fascista”, por ejemplo. La izquierda lo usa con tal prodigalidad que lo aplica tanto a un empresario como a un juez que le concede un amparo, a un periodista incómodo, a un político que no repite consignas o a cualquiera que no crea en el eterno evangelio de la redistribución.

Es una etiqueta elástica: sirve para todo y para todos. Lo paradójico —y aquí coincide Axel Kaiser en más reciente libro: «Nazi-comunismo», es que los rasgos que definen al fascismo histórico se parecen mucho más a los proyectos de ingeniería social de izquierda que a sus supuestos enemigos de derecha.

EL ESTATISMO COMO RELIGIÓN CIVIL

Nazismo, fascismo y comunismo nacen del mismo tronco: la adoración del Estado como un absoluto. Cambian los símbolos —la svástica, la hoz y el martillo—, pero la lógica es idéntica: una autoridad central que decide qué se produce, cómo se distribuye, qué se enseña, qué se piensa y cómo debe vivir la sociedad.

La derecha liberal, guste o no, nació para limitar ese poder; la izquierda para expandirlo hasta convertirlo en mito redentor. Si el fascismo es la subordinación total del individuo al Estado, ¿quién se parece más al fascista: quien pide que el Estado sea árbitro neutral o quien quiere que sea padre, madre, juez, educador, censor y salvador?

EL CONTROL SOCIAL COMO VIRTUD

Tanto el nazismo como el socialismo real comparten una idea peligrosa: la sociedad es materia prima que el Estado debe moldear. Uno pretende “purificar” la nación; el otro pretende “redimir” al pueblo. Pero ambos necesitan ciudadanos obedientes, homogéneos y dóciles. Ambos desprecian la libertad individual porque estorba al proyecto. Y ambos requieren enemigos para justificar sus excesos.

No por nada los regímenes socialistas -la URSS stalinista y la China Maoista, incluida la Cuba castrista y la Venezuela chavista- desarrollaron sistemas de vigilancia, censura y control político mucho más sofisticados que los fascistas. Y lo hicieron en nombre de la igualdad.

LA ECONOMÍA COMO CAMPO DE BATALLA

Otro punto ciego del relato oficial: El fascismo no era capitalista. Mussolini creó corporativismo estatal; Hitler intervino precios, salarios, comercio exterior, producción industrial y banca. La economía privada dejó de existir como esfera autónoma. ¿Le suena? Es exactamente la tentación permanente del socialismo latinoamericano: convertir el mercado en enemigo y a la iniciativa privada en sospechosa por defecto.

La izquierda acusa a la derecha de “defender privilegios”, pero olvida que los privilegios más peligrosos son los del poder político cuando captura la economía.

EL MITO DEL “FASCISMO DE DERECHA”

La simplificación viene de la Segunda Guerra Mundial: si los aliados democráticos derrotaron al nazismo, entonces —por simple pereza intelectual— se asumió que el fascismo debía estar a la “derecha”. Error. El fascismo surge como reacción al liberalismo, no como su expresión. Es colectivista, estatista, planificador, mesiánico y hostil al individuo. Todo eso es, precisamente, lo que la izquierda latinoamericana reivindica como virtudes.

Pero, claro, la izquierda jamás hará autocrítica: necesita el fantasma del fascismo para seguir fingiendo que representa el bando moralmente superior. Sin enemigo, no hay cruzada.

LOS VERDADEROS FACHOS

Los “fachos” no son quienes piden menos Estado, sino quienes lo idolatran. Los “fachos” no son quienes creen en la libertad económica, sino quienes quieren regular hasta el último minuto de la vida ajena. Los “fachos” no son quienes temen al poder, sino quienes se sienten iluminados para ejercerlo en nombre del pueblo. Y los “fachos” no son quienes defienden la pluralidad, sino quienes dividen al país entre buenos y malos, pueblo y oligarquía, patriotas y traidores.

Kaiser tiene razón en algo esencial: La izquierda fabrica fascistas para ocultar su propio ADN autoritario. Así puede justificar su puritanismo moral, su censura disfrazada de justicia social y su eterno proyecto de control.

El fascismo no murió. Simplemente cambió de camiseta, de causas, de slogans. Hoy se expresa en nombre de la igualdad, de la justicia social y del “pueblo bueno”. Pero es el mismo: intolerante, dogmático, colectivista y enemigo de la libertad.

Al final, como decía Orwell, “si la libertad significa algo, es el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”. Y eso, es lo que más odia cualquier fascista.

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