A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

Trumpismo a la mexicana

El nuevo paquete arancelario aprobado por la Cámara de Diputados es mucho más que una actualización técnica. Es el viraje proteccionista más grande y deliberado que México ha intentado en décadas. Y, paradójicamente, se parece demasiado a aquello que la narrativa oficial dice repudiar: el trumpismo económico que pretende reordenar los mercados a golpes de tarifas.

En Estados Unidos lo llaman “America First”. Aquí lo están tropicalizando como un supuesto blindaje industrial. En el fondo, es lo mismo: subir aranceles, encarecer importaciones y reconfigurar la economía con el garrote fiscal.

UN PAQUETE GIGANTE Y UNA RECAUDACIÓN IGUAL DE GRANDE

El paquete abarca 1,463 fracciones arancelarias, con un objetivo explícito: elevar los costos de entrada a mercancías de países sin tratados comerciales, esencialmente China y buena parte de Asia.

Pero hay un punto que no se menciona en el discurso oficial: la aspiración de recaudar más de 100 mil millones de pesos adicionales a través de estos aranceles.

Esa cifra explica mucho. En vez de fortalecer la industria mediante productividad, innovación y certidumbre jurídica, el gobierno recurre a la vieja fórmula: cobrar más y llamar a eso “política industrial”. Es el equivalente fiscal a poner una caseta de cobro en cada puerto, aeropuerto y aduana, disfrazándola de defensa nacional.

EL COSTO OCULTO: EL CONSUMIDOR MEXICANO

El gobierno vende la narrativa de que la medida solo golpea a los productores asiáticos. Falso. Los aranceles funcionan como cualquier impuesto: se trasladan al precio final.

Lo que hoy llega barato —electrodomésticos, juguetes, herramientas, textiles, calzado, muebles, electrónicos de consumo— mañana llegará más caro. Y no por culpa de China, sino porque México decidió encarecerlo artificialmente.

¿El resultado? Presión inflacionaria, justo cuando el país necesita bajar precios, no subirlos. Lo que antes era accesible para millones de familias se convertirá en productos de lujo de ocasión. Y lo más irónico: mientras se habla de combatir la “triangulación”, quien termina pagando la factura es el consumidor mexicano, no los exportadores chinos.

UNA MEDIDA QUE QUIERE GANAR TRES JUEGOS A LA VEZ

La carambola a la que aspira el gobierno tiene tres bandas claras:

  1. Política industrial por decreto: Subir aranceles no vuelve más competitiva a la industria nacional. Solo le da un respiro artificial. Sin productividad, tecnología y estado de derecho, el muro arancelario no es política industrial: es un subsidio encubierto.
  2. Geopolítica rumbo al T-MEC 2026: México quiere llegar a la revisión del tratado con “pruebas” de que es severo con las importaciones chinas. Es una señal para Washington: “podemos ajustar las reglas cuando ustedes lo pidan”. Una ficha de negociación, sin duda. Pero costosa puertas adentro.
  3. Pragmatismo interno: La Cámara suavizó la iniciativa para no matar cadenas de exportación ni ahuyentar inversiones. Fue una corrección necesaria, pero no resuelve el fondo: el modelo recaudatorio disfrazado de industrialismo.

TRUMPISMO SIN RESULTADOS

El problema de copiar el trumpismo es que Trump al menos lo hace desde la mayor potencia económica del planeta. México, en cambio, aplica la misma medicina desde una economía mucho más vulnerable y dependiente de las importaciones para sostener su consumo y su producción.

Encarecer insumos y bienes finales sin construir capacidades productivas no fortalece una nación: la debilita.

LA PREGUNTA FINAL

¿Esta política protegerá a la industria mexicana? ¿O simplemente llenará las arcas del gobierno a costa de precios más altos para todos?

El tiro está hecho. Y si no viene acompañado de una estrategia seria de competitividad y productividad, el «Trumpismo arancelario a la mexicana» terminará siendo lo que siempre ha sido el proteccionismo mal diseñado: un impuesto disfrazado que rebota en contra del consumidor y frena el crecimiento.

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