Alfabetizar
Durante décadas, Chiapas ha cargado con un lastre silencioso pero devastador: el primer lugar nacional en analfabetismo. No es una cifra neutra ni un dato técnico más. Es una marca que ha condicionado la forma en que se nos observa desde fuera y, en no pocas ocasiones, la forma en que hemos terminado mirándonos a nosotros mismos. El analfabetismo no solo refleja carencias educativas; revela abandono histórico, políticas erráticas y una deuda social largamente postergada.
Por eso, cuando se anuncia una cruzada por la alfabetización, conviene distinguir entre el discurso y la ejecución. En esta ocasión, los primeros resultados permiten afirmar que no estamos frente a un gesto retórico. El gobernador fijó una encomienda clara y la Secretaría de Educación, encabezada por Roger Mandujano, ha comenzado a cumplirla con método, presencia territorial y constancia.
UNA TAREA QUE NO ADMITE SIMULACIÓN
Alfabetizar no es una política de relumbrón. No genera aplausos inmediatos ni titulares espectaculares. Es una labor paciente, comunitaria y muchas veces ingrata. Exige llegar a donde nunca se llegó, convencer a quienes ya habían renunciado a aprender y sostener el esfuerzo más allá de los calendarios políticos. Precisamente por eso, cuando hay avances, corresponde señalarlos.
Los primeros municipios que levantan bandera blanca no representan un triunfo aislado, sino una señal de que la estrategia está funcionando. Nadie serio afirmaría que un rezago acumulado durante generaciones se erradica en meses. Lo relevante es haber iniciado un proceso sostenido y verificable que apunte a sacar a Chiapas de ese ominoso primer lugar que ha cargado históricamente.
DESARROLLO, NO ASISTENCIALISMO
Reducir el analfabetismo no es solo una meta educativa; es una decisión económica, social y moral. Un estado con altos niveles de analfabetismo es un estado con baja productividad, alta informalidad y escasa movilidad social. Ningún proyecto de desarrollo puede prosperar sobre una base de exclusión educativa.
En ese sentido, la labor que hoy encabeza la Secretaría de Educación no es marginal: es estructural. Alfabetizar adultos significa incorporar a miles de personas a la vida productiva, al acceso efectivo a derechos, a la comprensión básica de la ley y a la posibilidad de decidir con mayor autonomía. Es una política social profunda porque no crea dependencia; crea capacidad.
ROMPER CON EL ESTIGMA
Salir del primer lugar en analfabetismo no es solo mejorar una estadística. Es romper con un estigma que durante años ha servido para mirar a Chiapas con menosprecio, como una entidad condenada al atraso. Ese prejuicio —alimentado por datos reales, pero también por inercias mentales— ha tenido costos políticos, económicos y simbólicos.
Cada persona que aprende a leer y escribir es una victoria personal, pero también colectiva. Es un paso para que Chiapas deje de ser citado como ejemplo de rezago y comience a ser reconocido como un estado que decidió enfrentar su deuda más antigua.
Alfabetizar es sembrar. No todas las semillas brotan al mismo tiempo, pero cuando se siembra bien, el terreno cambia para siempre. Y Chiapas, por primera vez en mucho tiempo, parece estar cambiando el suyo.
UNA PRECISIÓN NECESARIA
Conviene hacer una aclaración. No conocía personalmente a Roger Mandujano hasta hace poco tiempo, cuando tuve oportunidad de conversar con él y me puse a observar mejor su desempeño. No pertenece a grupos de poder ni a corrientes políticas internas. Se formó en la academia donde conoció a Eduardo y es ahí que tuvo la visión de incorporarlo al gabinete. Es un lector constante, con formación sólida, habla con fluidez una lengua indígena y actúa con discreción y profesionalismo.
Su actuación está guiada por un código de conducta claro, sostenido en valores y convicciones personales, incluidas sus creencias religiosas, no como consigna pública, sino como marco ético de actuación. Señalarlo no implica rendir pleitesía ni hacer propaganda; es un ejercicio elemental de honestidad intelectual. Así como desde este espacio se han señalado errores, omisiones y desaciertos cuando los hay, también corresponde reconocer una tarea bien hecha. Porque la crítica pierde sentido cuando se vuelve sectaria, y el silencio frente a lo que funciona resulta tan dañino como el aplauso fácil.








