A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor Franco

Secuestrados

La protesta social que la izquierda encumbró como herramienta legítima de lucha se ha convertido, ya en el poder, en su más temible pesadilla. La Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), esa abominable criatura sindical a la que se le dio cuerda durante años para golpear a gobiernos anteriores, hoy se ha salido de control. Sus desmanes en la Ciudad de México —bloqueos a avenidas principales, al acceso al aeropuerto— superan con creces lo que ya habíamos presenciado recientemente en Chiapas. La capital del país, literalmente asfixiada, fue testigo del chantaje sindical en su estado más crudo.

Y lo más paradójico: apenas la semana pasada, la presidenta les anunció un aumento salarial que costará 36 mil millones de pesos al erario. Un “guardadito”, dirán algunos. Pero ese dinero no sale de un fondo mágico, sino de los impuestos que pagan los mexicanos. Mientras tanto, el abasto de medicinas sigue siendo un drama para millones de familias, al igual que la precariedad del sistema de salud pública.

PURAS PÉRDIDAS

Todo son pérdidas en este país desde que nos gobierna la sinrazón y el resentimiento. Se decían plebeyos, pero ahora viven como aristócratas. Viajan en First Class y otros en aviones privados. El problema es nada les funciona. El Tren Maya opera con pérdidas; Mexicana de Aviación, ni se diga. Pemex está en quiebra y sigue acumulando deudas a manos llenas. El AIFA y la CFE no pasan un solo día sin arrojar números rojos.

No hay “tu Dinamarca” en el sector salud, sino una precariedad que ha llevado a la privatización y comercialización —a veces muy abusiva— de los servicios médicos y hospitalarios. Las farmacias ahora ofrecen consultas y laboratorios, y hasta Elektra se prepara para interpretar análisis clínicos con Inteligencia Artificial.

En el caso que nos ocupa, la respuesta de la mandataria fue escurridiza: decidió no recibir a los líderes de la CNTE y delegó la bronca a la Secretaría de Gobernación. ¿Y el liderazgo? ¿Y la autoridad? Cuando se gobierna con la bandera de la protesta, se pierde el derecho a exigir orden.

ARRINCONADOS

Y mientras tanto, el país tiembla por otros frentes. Donald Trump nos tiene en la mira: impuesto a las remesas (de 3.5%, no de 5%, gracias), renegociación del TLC, gusano barrenador, amenazas de revocar visas y abrir investigaciones a esa maraña de políticos y funcionarios ligados al régimen.

A esto se suma una recesión que el gobierno se niega a reconocer, pero que ya se siente en el bolsillo de millones de mexicanos. Caen los ingresos en pequeños y medianos negocios, se frena el consumo, y con ello, la estabilidad.

Pero usted tiene su guardadito dicen… nomás que tiene que seguir declarando y pagando impuestos, mientras más de 20 millones de parásitos sociales hacen fila para recibir puntualmente sus programas. Ellos no necesitan ahorrar: solo obedecer, votar y acudir a los mítines cuando se les llama, lista en mano. Ahora se preparan con el acordeón que les dieron para dentro de la casilla sigan las indicaciones.

LES VALE UN SOBERANO CACAHUATE

Y mientras tanto, los maestros ven la tempestad y no se hincan. No les importa el país, solo sus quincenas, sus aguinaldos y sus eternas prestaciones. Como si el Estado existiera únicamente para sostenerlos.

La cultura de la legalidad no existe en su imaginario. Para ellos, la palabra “orden” es sinónimo de “represión”. Y los gobiernos de izquierda, atrapados en su propia narrativa, no tienen autoridad moral ni política para hacer valer la ley., porque son igualitos.

Lo que estamos viendo es el precio de años de permisividad. De alimentar a un monstruo que ahora muerde la mano que le dio de comer. Claudia Sheinbaum está en una encrucijada. Los ojos del mundo —especialmente del poderoso vecino del norte— están puestos sobre México. Y en vez de mostrarnos como una nación civilizada, ofrecemos el espectáculo grotesco de un país secuestrado y un gobierno paralizado.

EL JUEGO DE JUAN PIRULERO

El Ejército se niega a confrontar a los cárteles y ahora reniega de Harfuch. Está perdiendo la autoridad moral que alguna vez tuvo. Morena vive una lucha intestina por el poder: sus líderes atienden sus propias ambiciones, pero no apoyan a la presidenta.

Es el juego de Juan Pirulero: cada quien atiende su juego. El Estado mexicano, desbordado por sus propias contradicciones, se tambalea. Ya no se trata de ideologías. Se trata de gobernar.

Y hoy, simplemente, no se gobierna.

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