A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor Franco

Epidemias y conquista, pero no genocidio

La historia de América suele ser narrada como un relato de víctimas y verdugos, donde los pueblos originarios vivían en una especie de paraíso idílico hasta que los conquistadores europeos irrumpieron con armas, ambición… y virus. Sin embargo, al observar con más rigor el contexto epidemiológico mundial, el panorama cambia. Sí, hubo mortandad masiva tras el contacto con Europa, pero no porque los españoles hubieran traído deliberadamente la peste como arma de exterminio, sino por un fenómeno inevitable: un choque biológico entre civilizaciones aisladas durante milenios.

LA PANDEMIA PRECOLOMBINA

Antes del contacto, lo que después se bautizó como América no era ajena a las enfermedades. Los pueblos mesoamericanos conocían infecciones respiratorias, intestinales, parasitarias y quizá formas de sífilis endémica. Pero no existían en el continente enfermedades como la viruela, el sarampión, el tifus o la influenza, altamente contagiosas y letales. La razón es simple: América no domesticó animales a gran escala como en Eurasia, donde el contacto prolongado con cerdos, vacas, aves y otros mamíferos generó reservorios virales que saltaron al ser humano y forjaron defensas inmunológicas a lo largo de siglos.

EUROPA: EL LABORATORIO DE LA PESTE

Los europeos no venían inmunes por milagro, sino por un sufrimiento acumulado durante siglos. La peste negra del siglo XIV mató a la mitad de la población de Europa. Le siguieron siglos de epidemias recurrentes, guerras, hambrunas y un largo periodo de vulnerabilidad climática conocido como la Pequeña Edad de Hielo. La mortandad fue tan grande y sostenida que Europa perdió poblaciones enteras más de una vez, sin contar las bajas de guerras internas y externas.

La diferencia clave con América fue la velocidad del impacto: mientras Europa sufrió epidemias a lo largo de siglos, América vivió un declive demográfico en apenas décadas pero no hay manera de sostener las tesis respecto de una alta densidad poblacional que resultara afectada. La cifra de que el 90% de la población indígena desapareció tras la conquista no resiste el contraste con censos modernos más confiables. En un territorio con pocas ciudades y población dispersa, proyectar 25 millones en 1519 -como afirman algunos autores- resulta desproporcionada. México no superaba esa cifra 4 siglos después, en 1900, en que apenas tenía 13.6 millones de habitantes. ¿Cómo suponer que 400 años antes hubiera más?. Es pues una narrativa sin base sólida, construida más con fines ideológicos que científicos.

NI EXTERMINIO NI CRIMEN PLANIFICADO

Es aquí donde debe hacerse una distinción fundamental: las epidemias no fueron un genocidio, porque no hubo intención deliberada ni medios para provocarlas de forma consciente. Los españoles mismos no sabían de la existencia de virus de las que fueron portadores y de las que tras siglos de muerte ya estan inmunizados. La medicina de la época estaba en pañales. La mortalidad fue consecuencia de un proceso natural, biológico e inevitable, como lo sería más tarde el choque microbiano entre Europa y África, o entre Oriente y Occidente en tiempos de pandemia, incluso como lo es ahora.

¿GUERRA DE EXTERMINIO? OTRO MITO

También se suele hablar de un supuesto exterminio indígena o genocidio a manos de los conquistadores, como si las guerras hubieran sido prolongadas, sistemáticas y motivadas por el odio racial. Pero esa narrativa no resiste el análisis histórico. Los dos grandes imperios —el mexica y el inca— se sometieron en cuestión de dos o tres años, en parte por divisiones internas y principalmente por alianzas de tribus indígenas con los propios españoles. En más de un sentido se trató de una lucha por su propia liberación. No hubo campañas de aniquilación ni una intención de matar por matar. Al contrario: la Corona española buscó pronto, evangelizar y proteger a los pueblos sometidos.

LAS LEYES DE BURGOS

Ya en 1512, casi una década antes de la conquista de Tenochtitlan, la Corona española promulgó las Leyes de Burgos, el primer conjunto legal dirigido explícitamente a proteger a los indígenas. Fueron dictadas en respuesta a los abusos documentados en La Española (actual Haití y República Dominicana), donde ya se había producido un contacto directo entre colonos españoles y pueblos indígenas.

Estas leyes establecían que debían ser instruidos en la fe cristiana, no podían ser obligados a trabajar sin paga, y debían contar con vivienda, alimentación y tiempos de descanso. Esta legislación fue el antecedente directo de las Leyes Nuevas de 1542 y, más adelante, de la Recopilación de 1680. Muy lejos de un proyecto de exterminio, la monarquía hispánica fue la única en su tiempo que limitó legalmente los abusos de sus propios conquistadores en defensa de los vencidos que fueron esclavos de la Corona, sino subditos al igual que los españoles.

EXTERMINIO, EL DE AMÉRICA DEL NORTE

La comparación con lo que ocurrió en América del Norte, donde sí hubo políticas de exterminio explícitas, desplazamientos forzados, reservas y limpieza étnica durante siglos, muestra con claridad que en Hispanoamérica no hubo genocidio, sino mestizaje y una nueva estructura social incluyente. La frase “el mejor indio es el indio muerto”, tristemente célebre en la historia de Estados Unidos, nunca formó parte del pensamiento español ni de las leyes de la Nueva España. Mientras en el norte se justificaba el exterminio como política de Estado, en Hispanoamérica se instauró un modelo de integración, evangelización y mestizaje con una visión humanista y jurídica sin parangón para su época.

LA EXPEDICIÓN BALMIS: UNA GESTA HUMANITARIA

Cuando finalmente se tuvo acceso a un remedio —la vacuna contra la viruela— fue la propia monarquía española la que organizó y financió la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, encabezada por Francisco Xavier Balmis entre 1803 y 1810, quien llevó la vacuna a toda Hispanoamérica, Filipinas y otras posesiones españolas. La expedición no sólo fue eficaz, sino profundamente humanitaria. Salvó millones de vidas y demostró que la Corona española, lejos de desentenderse de sus súbditos americanos, asumió la responsabilidad de protegerlos con los conocimientos médicos más avanzados del momento.

SIN ODIO NI CULPAS HEREDADAS

Reconocer el choque cultural que vivió América no implica convertirlo en una condena perpetua. Ni la Conquista fue un genocidio planificado, ni España fue el único imperio que expandió enfermedades sin saberlo. La diferencia es que cuando se pudo actuar, se hizo. Se vacunó. Se protegió. Se trató de mitigar el daño. El verdadero crimen, hoy, es seguir repitiendo narrativas sin sustento para alimentar el resentimiento o justificar discursos populistas. La historia no necesita de enemigos perpetuos, sino de decir verdades por incómodas que resulten. Y entre ellas, está la de que la civilización hispánica también trajo ciencia, salud y una visión humanitaria y cristiana a los pueblos de América.

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