Pemex: la empresa que no quieren curar
Pemex no está enfermo. Está en terapia intensiva desde hace años. Y lo peor no es el diagnóstico, sino que sus médicos —los gobiernos de turno— se niegan a hacerle la cirugía que necesita. Prefieren seguirle inyectando dinero, como si un enfermo crónico pudiera curarse con placebos.
UNA DEUDA INSOSTENIBLE Y UN MODELO AGOTADO
Hoy, con una deuda que supera los 100 mil millones de dólares y pasivos laborales que rebasan los 60 mil millones, Pemex es financieramente inviable. Sus costos operativos son absurdos. Sus sindicatos, intocables. Sus directores, designados por cuotas políticas, no por méritos técnicos. Y sus decisiones no se toman en salas de juntas, sino en Palacio Nacional.
Los contratos colectivos heredados permiten jubilaciones a los 55 años, plazas hereditarias y prestaciones que ninguna otra empresa en el mundo podría sostener sin quebrar. Mientras tanto, sus campos petroleros envejecen, su tecnología se rezaga y sus refinerías pierden dinero con cada litro procesado. Pemex, que debería ser motor, se ha convertido en ancla del desarrollo nacional.
CORRUPCIÓN ESTRUCTURAL, NO CASUAL
La corrupción tampoco es anécdota: es estructura. Desde Lozoya hasta los proveedores y actuales impagos, los desfalcos han sido la regla, no la excepción. Hay contratos inflados, obras mal ejecutadas, compras innecesarias, y una cadena de intermediarios que se reparten el pastel aunque no produzcan una gota de petróleo.
Y como si eso no bastara, Pemex carga con un régimen fiscal draconiano: el 70% de sus ingresos se los queda Hacienda. Le exigen resultados, pero le quitan el oxígeno.
¿QUÉ HARÍA FALTA PARA SALVAR A PEMEX?
¿Qué se necesitaría para volverlo rentable? Lo obvio: autonomía, profesionalización, limpieza a fondo, revisión contractual, inversión privada y un nuevo régimen fiscal. En otras palabras: volverlo una empresa de verdad.
Pero eso implicaría pelearse con el sindicato, renunciar al discurso nacionalista del “oro negro” y aceptar que no todo lo público es bueno por decreto. Y ahí es donde todos los gobiernos —de uno y otro color— se hacen chiquitos.
NO ES EL PRECIO DEL PETRÓLEO, ES EL MODELO
Pemex no está quebrado por el precio del petróleo. Está quebrado por el modelo político que lo parasita desde hace décadas. Si no se reforma a fondo, lo único que seguirá produciendo serán pérdidas… y excusas.
La narrativa oficial sigue atrapada en 1938. Nos repiten, como salmo nacionalista, que “el petróleo es del pueblo” y que Pemex es un símbolo de soberanía. Pero la realidad ya no cabe en esa vitrina. Pemex no es soberano ni rentable. Es una empresa endeudada, ineficiente, politizada, y cada vez más incapaz de sostener su propia operación.
EL MONSTRUO NEOLIBERAL QUE FUNCIONABA
Mientras tanto, la inversión privada —ese monstruo neoliberal del que nos previenen— podría ser la tabla de salvación que no queremos ver. No se trata de vender el subsuelo ni de renunciar a la rectoría del Estado. Se trata, simplemente, de dejar entrar capital, tecnología y talento que Pemex, por sí solo, no tiene.
Las empresas privadas operan sin los vicios estructurales que hoy asfixian a la petrolera estatal: no cargan con sindicatos parasitarios, no pagan jubilaciones a los 55 años, no tienen que consultar cada decisión con el inquilino de Palacio. Cuando se les permitió participar, entre 2013 y 2018, redujeron costos, mejoraron la logística y hasta rompieron el monopolio de la gasolina en las ciudades. Pero eso duró poco. El nuevo régimen prefirió apagar la luz de la competencia, y volver a los tiempos de “todo es del Estado”.
UN ELEFANTE CANSADO
El resultado está a la vista: Pemex debe más de lo que produce. No tiene dinero ni para pagar el diésel que mueve sus plataformas. Y si no fuera por el presupuesto federal que se le inyecta cada año —con dinero que debería ir a salud, educación o infraestructura— ya habría colapsado.
Abrir el sector energético no es entregarlo. Es diversificarlo. Es permitir que haya actores que compitan, que innoven, que rindan cuentas. Es liberar al Estado de la carga de mantener un elefante cansado y permitirle enfocarse en regular y recaudar, no en operar como si aún estuviera en la Guerra Fría.
RESULTADOS, NO RETÓRICA
Pero para eso hace falta una decisión política valiente: reconocer que la soberanía no se mide en barriles, sino en resultados. Que defender a Pemex no es lo mismo que defender al país. Que el verdadero acto de traición no es abrir el sector, sino cerrarlo a las posibilidades de un futuro mejor.
México tiene con qué ser potencia energética. Lo que no tiene es tiempo para seguir jugando a la nostalgia.