Abstenerse racionalmente o votar con conciencia es una decisión libre, y ambas forman parte de la normalidad democrática. Sólo que a veces el cálculo electoral hace que una tasa de abstención alta beneficie a un partido político determinado. Con abstención o sin ella, la democracia requiere una ciudadanía informada y crítica.
El mecanismo de participación política aceptado por la mayoría de las sociedades para renovar los cargos públicos es el voto. Cada elección es vista como una fiesta de la democracia. En efecto, lo es: la votación es, tal vez, la mayor expresión de igualdad e influencia política institucional en el entorno. Sin embargo, a pesar de que toda la ciudadanía está invitada a esta fiesta, no todos asisten y no todos votan. ¿Por qué?
De acuerdo con la autoridad electoral nacional, en las elecciones del 6 de junio participó el 52.66 por ciento de la lista nominal –relación de ciudadanos que posee datos del elector, tienen su credencial para votar y están inscritos en el padrón electoral– no del total de habitantes mayores a 18 años. Es decir, votaron poco más de 49 millones de personas. Es una cifra muy relevante porque en las dos elecciones anteriores no concurrentes con la elección presidencial (cuando hay elección para renovar al poder Ejecutivo de la Unión se incrementa la afluencia de votantes), a manera de ejemplo, el porcentaje de participación fue de 47.72 en 2015 y de 44.76 en 2009. Si bien la cifra de participación es alta, ¿qué hizo que el 47.34 por ciento restante no acudiera a las urnas en las elecciones más grandes de la historia?
Ciertamente, algunas personas no pudieron sufragar porque extraviaron su credencial de elector o están en condiciones médicas que las imposibilitan, pero fuera de este universo, ¿qué pasa con las demás? Más allá de circunstancias supervinientes que imposibiliten el ejercicio del voto, la abstención electoral puede ser resultado de algunos fenómenos o decisiones deliberadas.
- Como protesta. Algunas personas deciden no votar como una forma de reclamar al sistema de partidos, en particular, y al sistema político, en general, la falta de cambios que incidan en el mejoramiento de las condiciones de vida de la población. No votar racionalmente es una toma de posición, pero, al menos en el caso mexicano, abstenerse no tiene consecuencias ya que más allá de declaraciones lamentando el hecho, los actores políticos no ven al abstencionismo como un problema que se deba remediar porque no impide la constitución de los poderes públicos.
- Por desconexión y desconfianza con la política. A veces, los discursos políticos son muy técnicos, como si sus destinatarios fueran expertos, y, en ocasiones, la simpleza es lo que domina el intercambio entre las personas candidatas, lo que hace que la ciudadanía se sienta desconectada con la política. Además de que los escándalos existentes en ella lo alejan. La política se siente ajena.
- Porque todo va bien. Si la persona se encuentra satisfecha con el estado de cosas, puede decidir no votar. El sistema político puede registrar una alta tasa de abstencionismo como una aquiescencia implícita para seguir funcionando como lo ha venido haciendo.
- Por apatía. Se considera que la acción de votar –y de participar políticamente– carece de efectos sustantivos en la conformación y orientación de los poderes públicos, por lo que el sujeto decide quedarse en su espacio privado o, bien, no existe un interés en la política y en los asuntos comunes.
- Inexistencia de una sanción por no votar. A diferencia de otros países en donde sufragar es una obligación que al no cumplirse hay una sanción que se aplica, en México, votar tiene una doble naturaleza como derecho y como obligación; sin embargo, no hay un castigo efectivo por no hacerlo, lo que puede incidir en evitar presentarse en la casilla.
- Por cálculo. La persona electora ve que su voto no hará la diferencia para que su opción política preferente tenga un resultado distinto al proyectado en las encuestas.
Votar brinda legitimidad democrática al sistema político. La democracia requiere de esta y no sólo de la formalidad legal. No votar es expresión de múltiples circunstancias –resulta muy difícil saber por qué una persona se abstiene– y puede ser vista como un derecho: la manifestación de una posición, y en una democracia no hay derechos que valgan más que otros.