Al Son del texto / Tina Rodriguez

La eficiencia de las instituciones de la República tiene tiempo en que están en entredicho, no solo por su ineficiencia, sino también por su corrupción.
La corrupción se ha diversificado a lo largo de los años en nuestro país, tanto que ha alcanzado todos los rubros de la vida social –hasta en los panteones, me cae, dónde los administradores le cobran a los músicos o floreros que ofrecen sus servicios a los dolientes-, y ya no sorprende que un funcionario solicite dinero o que el propio solicitante de los servicios a que tiene derecho, lo ofrezca: «es para que avance».
Sentimos esa corrupción en las calles, manejando, detenido y ya ni se diga procesado.
Lo vemos en el dispendio de los hombres y mujeres del gobierno, en el uso a modo de los recursos, de la infraestructura pública, del personal –sobre todo policías destinados a custodios en vez de vigilar el orden-, en la manipulación también a modo de lo decomisado, sobre todo unidades de lujo entregadas a funcionarios, amigos, para su uso personal.
En los diezmos, en la mala calidad de obra, en el paternalismo a sindicatos abusivos –como el de Pemex-, y lo peor, en que no se puede llamar a cuentas a los funcionarios que no hacen su trabajo o en la designación de inútiles o sin perfil, y en los gastos excesivos en las giras de los gobernantes, que «distraen» a personal para que lo acompañen, y así podemos seguir agregándole cargos de culpa a ese cuerno aspersor que es la corrupción.
La pregunta ha sido de siempre, si el gasto público, el llamado plan de gobierno, se basa en estudios posibles o en megalomanías del mandatario. Porque no ha habido un plan de gobierno –federal o en los estados- que haya sido fructífero; se notara en el pueblo, en su bienestar.
A la fecha se gasta más en culto a la imagen que en la cultura.
Y eso que identifica a los pueblos, los distingue, no los gobernantes que han servido para puras vergüenzas, incremento de la pobreza, tranza.
La corrupción dio espacio al crimen organizado, a los desfalcos en los estados, a las malas políticas públicas y estratégicas del gobierno federal, a la propuesta de candidatos irresponsables desde los partidos.
La corrupción nos asfixia.
Pero nos distingue también, como una de las naciones más corruptas del mundo

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