La eficiencia de las instituciones de la República tiene tiempo en que están en entredicho, no solo por su ineficiencia, sino también por su corrupción.
La corrupción se ha diversificado a lo largo de los años en nuestro país, tanto que ha alcanzado todos los rubros de la vida social –hasta en los panteones, me cae, dónde los administradores le cobran a los músicos o floreros que ofrecen sus servicios a los dolientes-, y ya no sorprende que un funcionario solicite dinero o que el propio solicitante de los servicios a que tiene derecho, lo ofrezca: «es para que avance».
Sentimos esa corrupción en las calles, manejando, detenido y ya ni se diga procesado.
Lo vemos en el dispendio de los hombres y mujeres del gobierno, en el uso a modo de los recursos, de la infraestructura pública, del personal –sobre todo policías destinados a custodios en vez de vigilar el orden-, en la manipulación también a modo de lo decomisado, sobre todo unidades de lujo entregadas a funcionarios, amigos, para su uso personal.
En los diezmos, en la mala calidad de obra, en el paternalismo a sindicatos abusivos –como el de Pemex-, y lo peor, en que no se puede llamar a cuentas a los funcionarios que no hacen su trabajo o en la designación de inútiles o sin perfil, y en los gastos excesivos en las giras de los gobernantes, que «distraen» a personal para que lo acompañen, y así podemos seguir agregándole cargos de culpa a ese cuerno aspersor que es la corrupción.
La pregunta ha sido de siempre, si el gasto público, el llamado plan de gobierno, se basa en estudios posibles o en megalomanías del mandatario. Porque no ha habido un plan de gobierno –federal o en los estados- que haya sido fructífero; se notara en el pueblo, en su bienestar.
A la fecha se gasta más en culto a la imagen que en la cultura.
Y eso que identifica a los pueblos, los distingue, no los gobernantes que han servido para puras vergüenzas, incremento de la pobreza, tranza.
La corrupción dio espacio al crimen organizado, a los desfalcos en los estados, a las malas políticas públicas y estratégicas del gobierno federal, a la propuesta de candidatos irresponsables desde los partidos.
La corrupción nos asfixia.
Pero nos distingue también, como una de las naciones más corruptas del mundo