¡Qué difícil resulta la sencillez! Guillermo Fadanelli
Mentiría si dijera que disfruté la pasada contienda electoral. Me involucré como candidato a diputado federal por Tabasco y habré de dedicarle algunos artículos al tema. Hoy quiero mencionar las lecciones que el ejercicio me enseñó.
El discurso político está quebrado, no es puente de comunicación. Inicié mi campaña fijando algunas directrices que me permitirían hacer pedagogía política. Conozco la historia de Tabasco, me considero decano de los políticos, aun en actividad después de 53 años, siendo actor y testigo de su turbulenta y tortuosa evolución hacia un ideal de democracia y de mayor bienestar social.
Acudí a dos figuras señeras de nuestra cultura, Carlos Pellicer y José Gorostiza. Una de las formas de rescatar nuestra mermada capacidad para convencer es la poesía. Los dos tabasqueños son mejor conocidos fuera del estado, así que procuraba recordar algunos versos y de ahí trasmitir un mensaje que fuera algo más que la convocatoria al voto. Como bien lo escribe Gorostiza, «El hombre medida de todas las cosas es vaso de poesía. Él sí que puede extraviarse. Él es el extraviado… la poesía no ha dejado nunca de estar en él, filtrándose gota a gota, como el agua, a través de cada uno de los poros de su carne y de su espíritu». Ninguna poesía, creo yo, más densa y compleja como «Muerte sin fin», pero una vez que se le desentraña en sus variados vericuetos, se encuentran ideas luminosas de enorme sabiduría.
Acudí también a una obra que escribí hace años sobre los oradores de Tabasco. Con esas herramientas emprendí la tarea de dialogar. Inútil ensayo. Percibí con desasosiego y agobio la casi imposible hazaña de establecer un diálogo, materia prima de la política, entre ciudadanos y candidatos.
Hay un persistente círculo vicioso: no hablarle a la gente de temas de difícil entendimiento porque es empeño inútil y, a su vez, nuestros interlocutores no piensan porque lo que uno les dice carece de todo estímulo para que lo hagan. En otras palabras, o nos perdemos en la erudición por elevada, o caemos en la demagogia simplista del engaño y la promesa oportunista e incumplible, o sacudimos conciencias explicándoles la gravedad de la situación actual y los riesgos por venir, o les anunciamos que con nuestro arribo al cargo se resolverán todos sus problemas.
No hay muchas propuestas sobre qué hacer desde los cargos públicos. Me irrita la crítica a la oposición por carecer de un «proyecto de nación», como si requiriéramos imaginación y creatividad cuando lo importante y prioritario es memoria para recordar deberes.
Al asumir un cargo, se pronuncia este enunciado: «Protesto guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen». El diccionario relaciona el término guardar con conservar y eso es precisamente lo que no se está haciendo desde la Presidencia de la República. Estamos ante un desmantelamiento brutal de nuestra vida institucional. Esta es la preocupación que debemos trasmitir a la ciudadanía.
No me explico que algunos articulistas celebren que el presidente López Obrador no alcanzó la mayoría calificada, pues así no podrá modificar nuestra carta magna. Mi paisano tiene una animadversión añeja a las leyes, baila todos los días sobre ellas. Le preocupaba más no tener una mayoría simple, lo cual le impediría aprobar el presupuesto y ser factor de control en la revisión y aprobación de las cuentas públicas. Veremos una bancada oficialista sumisa que seguirá acatando las consignas de su jefe. La ciudadanía escasamente pondrá atención a lo que ahí acontezca.
El tema da para mucho. El jurista Manuel Herrera y Lasso decía que «las asambleas parlamentarias son las cajas de resonancia de la problemática nacional»; es decir, una llamada a la deliberación racional, objetiva y honesta. Me temo que una vez más el resultado será la frustración. Lo dicho, es «brega de eternidad».