Amistad / Eduardo Torres Alonso

¿Se puede recorrer el camino de la vida en solitario?, ¿es posible mantenerse callado sin que alguien escuche atenta y afectivamente?, ¿la capacidad para interactuar con los demás se reduce a los intercambios comerciales y a frases pequeñas de cortesía?, ¿qué hace que una persona tome el teléfono y busque a otra para saber cómo está y decidan ir por una bebida al lugar que frecuentaban años atrás?

La amistad es esa extraña relación que se cuida a cada momento a partir de ponerle rostro a la persona extraña con la que se convive y no algo que existe por decreto: “eres mi amigo por siempre y para siempre”. Y esos momentos de cuidado de la amistad no están alejados de desencuentros, molestias o francos enojos. La forma de llevarla no es única, aunque queda más o menos claro que el afecto desinteresado va sorteando las dificultades que pueden existir en esa relación humana porque eso es: una relación que inicia y que puede terminarse, como cualquier otra.

La intensidad, frecuencia o temas son distintas en las relaciones de amistad. Cada una tiene su propio ritmo y agenda, porque diferentes han sido los motivos que unieron a las personas. Y no todos los amigos son del mismo tipo: los hay intermitentes, los reencontrados, los de paso, los desaparecidos. Cada uno tiene su momento e importancia.

Pero la amistad requiere de los valores de la igualdad y del respeto, de otra manera sería una relación de dominación, aunque no se quiera, no se vea o aun sabiendo que así es, no se reconozca. Es la paradoja. Quienes son amigos son iguales. Sus voces, preocupaciones, pensamientos, emociones y tiempos tienen el mismo valor.

A diferencia del amor, que nace de un flechazo, como diría Octavio Paz, la amistad es producto del intercambio frecuente y prolongado. Es abrirse a la opinión de otro sujeto que deberá argumentar su posición, porque ¿qué caso tiene sentarse a hablar con monosílabos? Es el encuentro de inteligencias que, con palabras, buscan el entendimiento. Hay reciprocidad de ideas y acciones. El egoísmo y el provecho serían muestras de una amistad utilitaria.

La amistad perfecta existe; al menos, para Aristóteles, aunque la philía sólo es asequible para los mejores hombres, que fundan su amistad en el conocimiento y la verdad. Se necesita, dice él, de tiempo y de hábitos comunes. Habría que preguntarse si en los lugares del traslado permanente y del tiempo perdido, es posible la concreción de la amistad perfecta aristotélica, porque como él mismo escribió: el deseo de amistad llega pronto, pero no su concreción.

En estos tiempos, como en los de ayer, y seguramente como en los de mañana, la amistad es necesaria para ser quienes somos. Si se puede, un poco mejores.

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