Juntos volvimos a nacer en el 94
Hoy, se ha ido definitivamente mi querido Jorge Tamez
Compañero fiel, hermano del alma, amigo hasta la muerte
Hay un dolor profundo en el alma y en el corazón de este redactor de noticias.
Muy temprano, este miércoles 13 de mayo, le llegó la última noticia del amigo y hermano, Jorgito Tamez, doblemente hermano, porque renacimos ambos, junto con otros colegas periodistas, el 3 de enero de 1994, luego de un baño intenso de balas, que los soldados del cuartel de la 31 zona militar que está ubicado en Rancho Nuevo, en San Cristóbal de las Casas nos lanzaron a pesar de que la carrocería de nuestro vehículo iba tapizada de letreros de prensa,
Ahí pensé que sería nuestro último acto vital. Una bala calibre 9mm, entre las cientos que nos tiraron, atravesó el parabrisas, y de no ser porque me moví, me habría pegado entre ceja y ceja. Ahí iba, como mi copiloto, mi querido Jorge. Íbamos de San Cristóbal a Ocosingo, donde había habido una matanza de indígenas en el mercado de la localidad. Una historia extensa que contar, pero que quedará a medias porque la otra versión se la ha llevado a la tumba ese joven periodista que me acompañaba.
Duras pruebas nos puso la vida en la cobertura del levantamiento indígena del primero de enero de 1994 en varios municipios del estado de Chiapas. Recorrimos las zonas de guerra, Jorge y un servidor, siempre con el entusiasmo de lograr la mejor nota, la más linda foto, para nuestros medios. Él iba por la agencia Lemus y yo por El Financiero, que en esas épocas de conflicto logró posicionarse como el mejor periódico impreso de México y como el mejor diario de noticias financieras en América Latina.
Fueron días de emoción, de sentimientos encontrados, de miedo, de pánico, de entusiasmo, de gloria, de alegría por lograr la mejor nota del día, la entrevista con el personaje más destacado entre los guerrilleros, la menor crónica de la muerte. Eran tiempos en que trasmitía las imágenes por fax y se imprimían con una claridad supina en la página frontal de El Financiero.
Mientras, gozaba del apoyo de Jorge. En todo, en ir y venir por toda la geografía donde había estallado la guerra, ocultándonos pecho a tierra en las confrontaciones entre soldados y guerrilleros del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Caminamos mucho, entre montañas y cañadas, cruzando lagos y ríos caudalosos. Siempre juntos, compartiendo la belleza de las serranías chiapanecas y los bosques de pinos, así como la bonhomía del gran Amado Avendaño Figueroa y de Conchita Villafuerte, su esposa y hermana menor de mi maestra Elvirita Villafuerte.
Duelen mucho las despedidas, me ha dicho una amiga muy querida y admirada. Duele, querido Pacorro, me ha dicho mi querido amigo Vicente Bárcena. Duele, me ha dicho mi querido hermano, Sergio Perdomo Casado, Duele, me ha dicho mi gran compañero, Abelito Luna. Claro. Duele y más cuando se ha vivido intensamente una amistad en tiempos de guerra. Creo que no puedo escribir de ningún otro asunto por hoy. Discúlpenme queridos amigos y amigas.
A desfondo: Sólo quiero agregar este texto que es muy importante para otro querido amigo;
El Estado, desde que quedó estatuido el artículo 3° constitucional, nunca ha tenido los recursos necesarios para satisfacer, cabalmente, la demanda educativa. La educación privada ha sido necesaria, y en muchos sentidos y lugares ha impuesto condiciones, pero sobre todo precio.
Es la prestación de un servicio «regulado» por el Estado, pero sus directivos imponen normas, sanciones y, además, regulan ingresos. Hay escuelas a las que no entra cualquiera. Sin recomendación, no hay acceso.
Es en estas prestadoras de servicio que se abre otro frente, como consecuencia del desempleo profundo y creciente, lo que motiva una pregunta. Si el Estado no es capaz de satisfacer con sus recursos la educación, y necesita del concurso de las instituciones privadas, ¿dónde colocará a los «expulsados» porque no pudieron pagar las colegiaturas u otros servicios? La calle no es buena escuela, menos en tiempos de violencia como los que padecemos.
El reportero Edgar Hernández publicó, en Eje Central, los días 23 y 24 de abril últimos, información sobre el conflicto entre los padres de familia y el director del Colegio Peterson, don Kenneth Peterson, quien irritado aseguró que era buen momento para que quienes no pudieran pagar, abandonaran la escuela. Pronto rectificó y se avino a negociaciones.
Pero no ocurre lo mismo en la escuela Tomás Alva Édison, cuyo director general, don Alfonso Pelayo, y la señorita Jessica Bobadilla, no escuchan, mucho menos responden. Ya negaron el acceso a las plataformas de Internet a los alumnos de las familias con problemas económicos, lo que equivale a una expulsión y, lo tengo entendido, no puede expulsarse.
¿Son las únicas instituciones con ese problema, o en muchas otras aflorará en cuanto se cumpla la amenaza del regreso a la nueva normalidad?