De la pesadilla a la maldición
T-MEC, excelente para Trump
Para México, puras promesas
Bueno. El señor Trump tampoco debe exagerar. Está bien que busque una segunda elección como inquilino de la Casa Blanca, pero no a costa de engañar a los electores y a quienes no pueden deshacerse de su sombra, esa sombra que esclaviza a los gobernantes de la periferia, entre los que está el de México, quien depende de sus caprichos.
Trump presume que el T-MEC es un excelente convenio comercial con México y Canadá, porque según él «acaba con la pesadilla del TLCAN». Pero lo que no dice es que para México termina la pesadilla del TLCAN, pero se inicia la maldición del T-MEC, infinitamente hecho a la medida de los grandes capitales que florecen al amparo de la economía mundial. Los grandes comerciantes del desperdicio.
El T-MEC es un trato muy beneficioso para los estadounidenses que van a votar por un segundo periodo para el neoyorquino. Pero, aunque lo exalte el gobierno de López Obrador, seguirá siendo como el viejo tratado de libre comercio que de libre sólo tuvo el nombre porque tanto demócratas como republicanos no pueden presumir de impulsar el libre comercio, sino más bien de ser proteccionistas.
Los canadienses no tienen problema. Ellos caminan en la vía del desarrollo pleno, tanto que se dan el lujo de invitar a profesionales mexicanos de todas las especialidades para agregarse a la fuerza de trabajo de la Hoja de Maple.
La verdad es que lo único que está claro es que la firma del T-MEC pone a Trump en camino a la segunda elección como presidente, independientemente de que los demócratas busquen defenestrarlo porque inundó de corrupción las aguas del Mar Negro. Trump es el más feliz con el T-MEC, tanto que califica su firma, en la Casa Blanca, como «una victoria colosal».
Según Trump (eso dice él), el tratado significará un alza de 1.2 puntos en el crecimiento de la economía de su país. Cifra que su gabinete situó en menos de la mitad en sus perspectivas optimistas y que la Comisión Internacional de Comercio ubicó en 0.35% en seis años.
Los mexicanos no pueden decir lo mismo. Si acaso, hablar de expectativas. Se incrementarán las inversiones extranjeras. La economía crecerá. Saldrá de los numeritos pinchurrientos actuales.
Mmmm. Lo dudo. El problema de los inversionistas nacionales y extranjeros no es el libre comercio o el proteccionismo de Trump. No es económico. Es político. No pueden aceptar que López Obrador se levante antes del alba; se reúna con su cuerpo policiaco para contar los desaparecidos y los muertos de la víspera, y le diga a los periodistas que el PIB no es lo importante en la economía; que lo importante es la repartición de la riqueza, aunque no dice que lo mejor, antes de dar limosnas, debería ser dar incentivos para que los mexicanos creen empresas y ganen el dinero con el sudor de su frente. Y así, de paso, el PIB crezca de milésima en milésima.
El tratado comercial con Estados Unidos no traerá bonanza a los mexicanos. Sólo a las grandes empresas globalizadas que comercian en todo el mundo y que no son mexicanas sino de capitalistas extranjeros, que se transfieren sus ganancias off shore.
Pero esa ha sido la historia de la dominación que ejerce el vecino del norte sobre los mexicanos. Pobre México. Tan lejos de Dios. Tan cerca de los Estados Unidos, como dijo el dictador.