Ár-bo-les / Debora Cortes

Hace miles de años, por extrañas razones, puse mis patas de diablo en esta esfera casi perfecta y llena de agua con algunas partes duras color café, poblada de cosas verdes bellísimas que gustan del baile, de la risa, cuando el viento travieso las toca con su mente invisible, maestra.
Algunas veces he observado que este gran mago, el viento, las arranca, las revuelca, las derriba, las estruja hasta hacerlas gritar, y ellas no sienten arrepentimiento de estar bajo su dominio. Esas cosa bellas que aún no sé cómo nombrarlas, saben que de esa mortal danza depende el ciclo de la vida. ¡Ah! El secreto del ir y venir que regenera el misterioso aire que mantiene abiertas las narices de seres maravillosos y tenebrosos, incluyendo diputados, senadores, gobernadores de partidos ecologistas.
No sé cómo nombrarlas porque los sonidos todavía no han sido agrupados ni clasificados, pero con sólo ver se comprende lo que existe. Supongo que sonido tras sonido se crea una herramienta para comenzar a nombrar lo que hay aquí desde antes que yo viniera; entiendo bien sus formas, sus funciones, y eso me da pie para describirlas, creando los nombres de todas las cosas.
Ár-bo-les así nombraré esas cosas verdes altas con muchos círculos colgados de sus muchas torcidas líneas. No es fácil describirlos, son demasiados, de muchos colores, formas, funciones y tamaños; basta esa descripción para comenzar a clasificarlos.
Por aquellos sagrados tiempos, cuando no existían los partidos ecologistas, comencé el duro trabajo de dar a cada árbol un nombre particular; unos contentos estaban de su nombramiento; otros no tanto pero lo aceptaban. Antes de mi llegada no sabían para qué estaban hechos, se los expliqué y todos felices fueron.
Ahora ellos sabían algo, algo misterioso, bello; sabían que eran parte del gran ciclo de la vida y querían disfrutarla con consciencia basados en un nombre y una función según fueron clasificados. Gratificante era para ellos ir y venir con el aire, ser polinizados, ser hogar de aves, serpientes, jaguares, monos. Lo extraordinario, era que siempre estarían allí para sus mejores amigos, los hombres.
Los amigos consentidos de los ár-bo-les y su medio ambiente, eran de una especie brutalmente inteligente y honesta que con su organización ecologista prometió cuidar de ellos hasta el infinito y más allá.
Una vez nombrados todos los ár-bo-les por sus funciones, recuerdo festejamos tres lunas seguidas, pues no creíamos -me incluí en esa borrachera- ser parte del gran ciclo de la vida. La fiesta la invitaron las redondas uvas.
Felices eran los a-r-b-o-le-s de saberse a sí mismos maravillosos, de saber que de su existencia dependía hasta la poesía. ¡Ah!, llevó muchos años evolucionar. Y resulta que de un día para otro, hombres y mujeres de esa especie brutalmente inteligente, comenzaron a crear estampitas para estafar en nombre del amor hacia sus amigos verdes, a quienes al principio de todos los tiempos encontré mirando tiernamente con sus hojas al sol.
Las estampitas las diseñaron color verde y con pajarito en el centro, pero para reproducirlas hubo que sacrificar cientos de esas magníficas cosas verdes que gustan bailar con el viento. Las estampitas se estampan en papel y en la mente de sus seguidores manipulados.
Esas estampitas se colocaron aquí, allá, acullá, en donde se pudiera. Tan cerca y tan lejos que hasta EL Vaticano las conoce, por si acaso las bendiciones son necesarias. Bueno, ya hechas las miles de estampitas de color verde y piquito de tucán, ocurrió lo inimaginable: una multitud se postró antes los nuevos dioses color esperanza. El hambre hace ver visiones, pero así ocurrió.
Ahora, los creadores de esas estampitas son diputados, senadores y gobernadores, miles de árboles están mutilados, otros muertos para siempre –ellos tienden a regresar a la vida-, y la multitud junto con Dickens grita: «No podemos vivir sana y decentemente hasta que aquellos que se comprometieron a dirigirnos nos proporcionen los medios. No podremos ser instruidos hasta que no nos enseñen; no podremos divertirnos razonablemente hasta que ellos nos procuren diversiones; sólo podremos creer en falsos dioses en nuestros hogares, mientras ellos ensalzan a muchos de los suyos en todos los lugares públicos». Amén.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *