Siri y Alexa son nombres que resultan familiares. Responden dudas, buscan recetas, adelantan canciones y activan cronómetros. Decenas de tareas más. Ambas van con nosotros en la muñeca o tienen un lugar ya elegido en la casa. Han resultado tan importantes y penetrantes que se nos haría extraño no tenerlas. Convivimos a diario con la inteligencia artificial (IA). La ciencia ficción hecha realidad.
Por supuesto, la IA no apareció hace un parpadeo. Al menos, como término, lleva medio siglo en el lenguaje especializado de la informática. La definición que de ella brinda el Diccionario de la Lengua Española, incorporada por primera vez en 1991 y con modificaciones en 2001 y 2014, es: “Disciplina científica que se ocupa de crear programas informáticos que ejecutan operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico.”
Que haga “operaciones comparables a las que realiza la mente humana” me llama la atención. ¿Es posible que una máquina o, mejor dicho, un programa pueda equiparar los procesos de pensamiento humano? La respuesta es sí, incluso, más allá de la dimensión puramente teórico; por la velocidad y cantidad de datos que el programa está en condiciones de reunir e interpretar, puede decirse que los ha superado. Mas todavía no logra su autonomía, como sí la tienen sus desarrolladores.
Inteligencia artificial es la palabra del año que terminó de acuerdo con el ejercicio realizado por la FundéuRAE. Denota el futuro, pero también el presente. Es expresión de la creatividad de la especie humana que, hasta ahora, es infinita.
El objetivo de la IA –con sus aplicaciones específicas– debe ser que la humanidad tenga una mejor vida, en armonía con las otras especies y su entorno. ¿Puede ocurrir la rebelión de las máquinas? La probabilidad no es cero, aunque el mayor riesgo con la IA es su uso para fines viles y malignos: espionaje y robos, dispersión de información falsa, la suplantación de identidad, entre otros.
¿Habrá un mundo sin IA? Es poco probable. Se encuentra en todas las áreas de la vida social. Vaya, la llevamos en el pantalón. Hacer un uso responsable de ella es una obligación ética. Su función no es la redacción de las tareas escolares, como han consignado las redes (en 1992, recuerda “Membrana del Costco” [@elciempies], en “Clarissa lo explica todo”, su protagonista introduce palabras para hacer un poema y quien lo escribe es la computadora). Eso nos debe diferenciar de las máquinas.