Pocas canciones son tan recordadas por la clase política mexicana como la que titula esta colaboración. En ese tiempo, había un ambiente enrarecido, de contradicciones y rumores. Era marzo, por la tarde. Gritos, porras, banderas, pocos policías. Una zona pobre, a pocos kilómetros de la frontera con Estados Unidos. «Los demonios andan sueltos», se oyó decir desde el poder en noviembre de ese Annus horribilis. Nadie esperaba que concluyera así, no la canción, cuya reproducción fue interrumpida, sino la jornada, el mitin, la vida.
Le dispararon al candidato. Al segundo político más importante del país, quien, según las reglas de un sistema –que se piensa superado–, recibiría la banda presidencial y rendiría la protesta ante el Congreso de la Unión una vez verificadas las elecciones. Era un hombre que generaba simpatías y adhesiones variopintas. Un candidato presidencial que, antes de serlo, fue diputado y senador; dirigente, entre 1988 y 1992, del entonces partido casi único, y secretario de Desarrollo Social.
Luis Donaldo Colosio Murrieta fue un político atípico como lo fue, también, su tiempo. Hombre del sistema, pero flexible. Acostumbrado a la disciplina, mas crítico del inmovilismo y de la antidemocracia, lo que no significaba una apertura total del partido, como lo planteó Carlos A. Madrazo. Su discurso en el Monumento a la Revolución, vuelto pieza histórica de oratoria que, algunos dicen, marcó una ruptura con su protector. Nada más alejado de la realidad porque una de las reglas informales de ese sistema era que, en algún momento de la campaña, el candidato tenía que marcar distancia con quien era visto como el primer elector del país, y mostrar sus propias ideas. Tenía que definirse y fijar su posición.
En 1994, México enfrentó una crisis política iniciada desde su primer amanecer y que no terminó sino hasta después de la elección del candidato relevista, Ernesto Zedillo, con la estabilización de la economía. A diferencia del siglo corto, conceptualizado por el británico Eric Hobsbawm, que señala que la centuria del XX inició con la Primera Guerra Mundial y concluyó con la caída del Muro de Berlín, el año de sangre se prolongó más allá de diciembre. Tres grandes asesinatos (el de Colosio, en marzo; el del cardenal Jesús Posadas Ocampo, en mayo, y el de quien sería el líder de los diputados priistas, José Francisco Ruiz Massieu, en septiembre) y una guerra en el sur del país, en doce meses. Si viéramos estos cuatro eventos en singular, al menos, dos no han cicatrizado: el zapatismo y el asesinato de Colosio. Con el primero, no se ha firmado la paz, y a pesar de que el caso Colosio ya tiene una conclusión aceptada por los cuatro fiscales que estuvieron a su cargo, con sus 74 tomos de investigación, sigue generando comentarios sobre los motivos reales y los instigadores del hecho.
Ese año, como dice la canción, no se tuvo «Cuidado con la culebra que muerde los pies».