Después de más de un año sin reunirse por la pandemia, personas adultas mayores de Tuxtla retoman la actividad que las vigoriza, el danzón
Sandra de los Santos / Aquínoticias
Martha y Melesio no quieren perder el tiempo así que en cuanto inicia de nuevo la música regresan a la pista de baile. «Ahorita volvemos» me dicen disculpándose, y me quedo sentada viéndolos en la pista, junto a ellos hay una decena más de parejas. Es el segundo viernes que parte de la explanada del Ayuntamiento de Tuxtla Gutiérrez se convierte en una pista de baile.
Debido a la pandemia del COVID-19, desde hace más de un año en el parque de la marimba ya no se llega a bailar como se hacía cada tarde. El parque se volvió abrir hace unos meses, pero los grupos de marimba que enviaba el Ayuntamiento continúan sin llegar para evitar aglomeraciones.
En ese parque, el más concurrido de Tuxtla, confluían cinco grupos de danzón, además de las y los visitantes que llegaban a escuchar el instrumento tradicional de Chiapas.
Hace unas semanas, el promotor cultural Jorge Iván Pérez Ramos se acercó al gobierno municipal para solicitar un espacio para que de nueva cuenta estos grupos pudieran bailar. El argumento era muy simple: «no se los llevó el COVID, pero se los está llevando la tristeza».
La mayoría de las personas que conforman los grupos danzoneros de Tuxtla son de la tercera edad. No tienen una cifra exacta, pero entre ellos calculan que murieron durante la pandemia 12 de sus compañeros. Dicen que muchos fue del COVID-19, pero otros fue de la tristeza de dejar de «danzonear», llegaron las enfermedades oportunistas que se aprovecharon de su depresión para llevárselos.
«Estábamos engarrotados en nuestra casa, sin poder bailar, ni ganas de escuchar música daba» cuenta Melesio de 71 años de edad, que le ha bastado dos sesiones de baile en el parque central para desentumirse porque lo observo dirigir al grupo con nuevos pasos de «chá chá».
El gobierno municipal acordó con los grupos danzoneros habilitar la explanada con todo y la Orquesta del Ayuntamiento cada viernes a las 6:30 de la tarde. No quisieron llevar de nuevo la música al parque de la marimba por la afluencia que de por sí tiene el lugar.
El bailar para estas parejas en un espacio público no es cosa menor, se preparan para ello, no solo se trata de seguir el ritmo de la melodía en la pista, sino de todo el ritual que inicia desde que eligen la ropa y zapatos que lucirán. Rubén, por ejemplo, este día escogió una camisa amarilla fosforescente y unos zapatos que hacen juego. Su pareja, Cristi, lleva puesto un vestido de ese color. No les molestan las miradas de los curiosos que no les quitamos la vista de encima, al contrario, parecen disfrutarlas, hasta posan para la foto.
Imelda, es otra bailadora, una mujer de 80 años, que para nada los aparenta, dice que lo que la mantiene con esa vitalidad es, precisamente, el baile y la música. Es una señora alegre y hasta coqueta, ríe a carcajadas con facilidad y baila con una agilidad que cualquier joven envidiaría.
Por ahora, a estas parejas les basta un día para encontrarse con sus amigos, para gritar que están agradecidos de haber librado lo que parece fue la parte más difícil de la pandemia, lo hacen sonriendo y bailando porque de eso se trata también el estar con vida.