Benemérita / Eduardo Torres Alonso

La sociedad chiapaneca sabe que a su universidad hay que preservarla, vigilarla y defenderla.

Y así lo ha hecho desde su fundación porque, desde ese momento, hace medio siglo –¿quién puede dudar de ello?– significó una oportunidad real para cambiar la vida de mujeres y hombres que deseaban continuar sus estudios profesionales y trazar mejores horizontes para su vida y la de los suyos.

La acción decidida del gobierno de la República, el compromiso del grupo de chiapanecos empeñosos en conseguir una institución de educación superior para el estado, y la voluntad de las autoridades estatales de ese entonces, ha rendido frutos. La semilla no tardó en florecer y en diversificarse. ¿Cuántas personas no tienen en su historia vital la marca de la UNACH? ¿Cuántas familias tendrán en una de las piezas principales de su casa el título con el escudo de la universidad diseñado por el ingeniero Carlos Serrato Alvarado? ¿Recordará su primer día de clases la joven que dejó la casa familiar para alcanzar sus sueños? ¿Se podrá replicar la emoción que sintió la persona al celebrar su examen de grado sabiendo que es la primera integrante de toda su familia en llegar a la universidad y obtener, además, un grado académico, todo ello merced la educación pública?

La Universidad Autónoma de Chiapas es, por derecho propio, la institución más relevante que imparte educación superior en la entidad, y lo es por varios motivos: el número de su matrícula, la cantidad de programas de licenciatura y posgrado, el número de personas que realizan investigación, la planta docente, en fin, la presencia física en la geográfica estatal. No obstante, continúa su expansión material y virtual, y busca incidir de forma más significativa en la solución de los grandes problemas estatales, regionales y nacionales. Esto no significa que la UNACH se aleje del resto de las universidades en el estado; por el contrario, todas conforman un orbe en donde, cada una cumpliendo con sus tareas sustantivas, intercambian buenas prácticas y se respaldan mutuamente, porque nada más contrario al espíritu universitario que la insolidaridad.

El artículo 104 de la Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Chiapas ha sido reformada para asentar en él el título de Benemérita (“Que es digno de gran estimación y reconocimiento por su labor en favor de algo o de alguna comunidad”, de acuerdo con el Diccionario del Español de México) para la UNACH. La nueva redacción dice: “La Benemérita Universidad Autónoma de Chiapas, desde su fundación está orientada a la formación de ciudadanos que contribuyan al desarrollo sostenible de sus comunidades para lo que se constituye como un organismo autónomo, descentralizado, de interés público, con personalidad jurídica y patrimonio propio, al servicio de los intereses de la Nación y del Estado.” Un párrafo puntual, reflexivo y hondo. Su origen y destino están en negro sobre blanco.

La UNACH cumple con su labor de formar jóvenes en diversas disciplinas, realizar investigación básica y aplicada, y buscar soluciones a tantos problemas, desde los más viejos hasta los más recientes.

Sus comunidades de egresadas y egresados, estudiantil, docente, de investigación, de apoyo académico, administrativa, y de servicios generales son la manifestación más clara de un trayecto de crecimiento y desarrollo. Son estas comunidades, tan diversas y, a veces, encontradas entre sí, en donde radica la posibilidad de mejorar la universidad. La energía para el cambio radica en ellas, porque son sus integrantes quienes a diario la hacen.

Sus historias están llenas de esperanzas, luchas, dignidad, esfuerzo y superación, pero también de lágrimas, frustración y desaliento. Mas las personas que integran la universidad no abandonan a quien lo necesita. Hay que aprender de ellas.

La UNACH, ahora Benemérita, tiene futuro, porque cumple con diligencia sus tareas en el presente y honra su pasado.

Tiene futuro porque ha sabido ser, a pesar de las voces y voluntades en contra, un espacio de libertades, en donde todas las personas tienen cabida, porque se ha constituido como un lugar en el cual el conocimiento es una herramienta para el cambio y no un fin por sí mismo.

Tiene futuro porque sus comunidades –en especial, las más jóvenes–, imaginan y actúan por un mejor mundo, justo y humano.

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