Si en la ciencia política existiera un consenso en torno a las obras que integrarían el canon disciplinar, no tengo la menor duda que ahí estaría el libro de Bernard Manin, The Principles of Representative Government, cuya traducción al español corrió a cargo del profesor Fernando Vallespín y que bajo el sello de Alianza Editorial se ha discutido en las aulas universitarias de habla hispana.
Leí partes de ese libro durante mis estudios en Ciencias Políticas y Administración Pública en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM en las clases de la doctora Luisa Béjar Algazi, pionera en México de los estudios legislativos y una de las politólogas más agudas de su generación. Para comprender el vínculo entre ciudadanía y poder público era necesario entender cómo funciona la representación política porque, en la época contemporánea, resulta imposible apelar, una y otra vez, a la democracia directa. Esta idea hoy está en disputa cuando se desea consultar forma permanente al pueblo. Esto, no es erróneo, lo que puede ser motivo de crítica es el procedimiento. No es el qué, sino el cómo.
Las enseñanzas de la clase de la profesora Béjar impactaron en mi formación como politólogo para entender los orígenes y funcionamiento de los congresos, en particular el mexicano y el nexo representación-electorado. Y una de las lecturas más influyentes fue, precisamente, la de Manin, a la que recurro con frecuencia.
La representación ocurre, de forma necesaria y, acaso insustituible, por medio de la puesta en marcha de una de las dimensiones de la democracia: las elecciones. Un cuerpo de personas debe expresar su voluntad para que alguien o un conjunto de pares represente sus intereses. Esto quiere decir que la representación que unos hacen de otros no proviene de un mandato divino y, menos, de la acción de arrogarse ese derecho de manera arbitraria por alguna cuestión estamentaria.
La elección permite un vínculo de sujeción de los representantes hacia los gobernados; es decir, que los segundos sometan a los primeros a su voluntad, no como un ejercicio de dominio despótico, sino como un de traducción de sus demandas en propuestas legislativas o de gobierno.
En la obra mencionada aparece el sorteo –mecanismo adoptado recientemente en México por un partido político para la integración de su lista de candidaturas congresionales–, como manifestación suprema de la igualdad entre las personas, y que supone que, por pertenecer a la misma comunidad política, todas y todos están en iguales condiciones para intervenir y participar. Digamos que es un principio de igualdad radical. Después, se revisa el proceso por el cual la representación parte del consentimiento ciudadano al uso del poder y también la visión aristocrática del uso del poder.
Él sostiene cuatro principios de los gobiernos representativos: 1. Independencia parcial de los representantes: que consiste en que quienes desempeñan la tarea de representación deben cumplir con lo prometido a los electores, aunque no haya un mecanismo que los fuerce a ello (si se logra la reelección sería una aprobación del electorado a su trabajo); 2. Libertad de opinión: la capacidad de participar en el debate público es importante para mantener la salud de la democracia ya que distintas corrientes pueden expresar sus ideas en voz alta incidiendo en la realidad, aunque hay que advertir que dicha posibilidad se reduce en la realidad cuando el acceso a los espacios de opinión está limitado y la difusión de ideas es costosa y, en algunos casos, peligrosa; 3. La periodicidad de las elecciones: la celebración de las elecciones cada cierto tiempo es uno de los elementos más significativos de la democracia. Lo importante es que haya elecciones periódicas y verídicas, para que la ciudadanía manifieste su voluntad y se conformen nuevos gobiernos, si es el caso; y, 4. Juicio mediante discusión: en las democracias con sociedades activas, el análisis y argumentación de las ideas es tarea cotidiana, puesto que nada se impone, sino la fuerza de la razón producida por el intercambio y convencimiento.
En el gobierno representativo lo más importante son las personas convertidas en ciudadanías activas, críticas y movilizadas. Si esto no existe o se camuflajea con movilizaciones “desde arriba” y críticas a modo, entonces, ni hay democracia ni presentación (aunque Manin señala que estos dos conceptos no necesariamente se corresponden).
El pasado 1 de noviembre murió el profesor Bernand Manin. Su legado académico es permanente y sus reflexiones seguirán orientando la formación de nuevas generaciones de politólogas y politólogos en el mundo.