Un refugio en la pandemia
Por Enrique Jiménez De la Mora
En el municipio de La Trinitaria hay un refugio llamado La Cañada. La belleza de su imperante color verde tan sólo compite con el profundo azul del cielo. El lugar también tiene un qué sé yo tranquilizante, como una especie de canción de cuna. A esta misticidad se le añade la calidez y peculiar solidaridad de sus habitantes.
La primera vez que fui al refugio como parte de la Brigada Correcaminos (un refugio escondido entre emblemáticos lugares como Cinco Lagos y el LagoTziscao) tuve sensaciones que no sé bien cómo describir, pero de momento serán adjetivadas como «contradictorias». La sensación de fascinación por lo bello del lugar se contrapuso a la tristeza –hermana de una especie de impotencia– por no lograr nuestro objetivo de la primera visita: vacunar a la población que habitaba La Cañada.
¿Por qué alguien rechazaría la vacuna que protege y salva la vida? Responder esta pregunta puede resultar más complejo de lo que parece. Chiapas es muchos Chiapas. Es decir, a la dispersión poblacional se suman creencias y formas particulares de ver el mundo, de entenderlo, pero también de temerlo. La razón de una primera batalla perdida en este lugar fue que la población se opuso pues consideraba que la COVID-19 era un invento humano creado para reducir el número de personas en el planeta. En ese sentido, que la vacuna contra el virus era una extensión de dicho plan. Y en absoluto respeto a la dignidad de las personas aquí aplica aquello de convencer y no vencer. El diálogo se vuelve fundamental.
Con todo y los sentimientos encontrados no nos dimos por vencidos. Volvimos y aprendimos de los habitantes de este sitio, que los miedos colectivos nunca son coincidencia. Frente a años de despojos e históricas heridas (pues el 80 por ciento de la población tiene ascendencia en Guatemala), el primer mecanismo de defensa de su propio corazón consistió en sospechar de los otros: los extraños, los fuereños.
Regresamos las veces que fueron necesarias para ganarnos su confianza. Para nosotros, la esperanza seguía viva porque transformar la vida de las personas y del país implica asumir la responsabilidad de cuidar desde la empatía. Así, fuimos una y mil veces. Los «correcaminos» escuchamos desde el respeto y respondimos desde la solidaridad.
Un día llegó el momento esperado: 14 personas mayores de edad querían vacunarse. La confianza se había vuelto parte de nuestra relación. El paso más importante ya lo estábamos dando. Después de platicar y hacer todos los arreglos necesarios para que su necesidad fuera cubierta, ellos fueron vacunados.
El caso de La Cañada es importante porque no sólo logramos cuidar a un poblado a través de dedicación y la mucha empatía, también evitamos tener que contar anécdotas que nos duelen en el alma. Como el caso de Guadalupe Tepeyac en el que una vez que la población comenzó a perder en cantidades nunca antes vistas a sus seres queridos, fue posible que aceptaran la vacunación.
Así, el caso del Refugio La Cañada (ese pequeño paraíso terrenal) me enseñó que la solidaridad tiene su complejidad y que la vacuna –tal y como lo afirma el director general del IMSS, Zoé Robledo– es una herramienta que con dedicación y profunda empatía es la mejor forma que tenemos de enfrentar la pandemia.
*El autor fue coordinador de la Brigada Correcaminos en el Distrito de Salud III-Comitán, de julio a diciembre de 2021.