En Tonalá, Chiapas, existe un lugar donde el mar vivo se une al llamado mar muerto. Ahí en medio de la biodiversidad prevalece la soledad, pero sobre todo la quietud
Lucero Natarén / Aquínoticias
Tonalá, Chiapas, es conocido como la Tierra del Sol, debido a sus playas, pero también es un espacio mágico donde es posible hallar paz y quietud, un pequeño paraíso casi virginal, apartado de la modernidad y cerca de la espiritualidad.
Se trata de una de las Bocabarras de Tonalá, para ser más precisos la que se encuentra cerca de la Bahía de Paredón, (pueblo de pescadores, centro de abastecimiento de pescados, moluscos y mariscos que alimenta al estado de producto fresco, mismo que es valorado nacionalmente), ubicada al lado suroeste de Puerto Arista.
La Bocabarra de Paredón, siendo hermana de la de Boca del Cielo, inspira de igual forma.
Este lugar es una danza interminable entre el mar de las olas fuertes, el vivo, y el estero, el calmado, el muerto; en sus aguas hay riqueza viva que vislumbra con color y sabores frescos. La mantarraya, con sus alas extendidas como si ofreciera a los visitantes un abrazo, los cangrejos y las jaibas que castañean al compás del vaivén de las olas, y sus peces, abundantes y únicos.
Este pequeño paraíso se encuentra aislado por más de 12 kilómetros de viaje si se realiza por tierra en cuatrimoto desde el centro Puerto Arista y un trayecto generoso si se va en lanchas a través del mar.
Su lejanía no es para nada una desventura, sino una bendición, pues permite que unos pocos puedan deleitarse de un espacio de arena fina y gris, así como de un agua cristalina. Los visitantes pueden sumergirse en las aguas del sitio y experimentar su calidez, su pureza, su magia.
Los que aquí acuden dicen llegar a olvidarse de sus preocupaciones; otros se maravillan por los sabores que se cosechan de las aguas, y otros más, como yo, podemos descubrir un lienzo de colores listo para ser inmortalizado con una cámara. Morada, fucsia, naranja, los atardeceres, al igual que los amaneceres, parecen únicos.
Este lugar no es únicamente un descanso para seres humanos, si no para aves y por supuesto tortugas marinas. Las golfinas y prietas confían su descendencia a sus cálidas arenas, lejos de los asentamientos humanos y de los transportes terrestres. Los huracanes y el llamado mar de fondo se tragan de vez en cuando sus playas, pero nunca pueden arrebatarle su belleza.
Este sitio es parte del Santuario Playa de Puerto Arista, una Área Natural Protegida, un sitio Ramsar, donde viven aves como la garza rojiza, patamarilla mayor, aguililla negra menor, espátula rosada, el chorlo de collar, albatros, pelícano café, zopilote común y el cangrejo fantasma del Pacífico.