Carlos Castillo Peraza y el futuro del PAN

Por Eduardo Torres Alonso

Ninguna organización humana es perfecta. No lo es en la medida en que sus integrantes y directivos cometen errores ya sea por improvisación, falta de atención, incapacidad para articular esfuerzos o por incompetencia. Los partidos políticos son perfectibles y sus cuadros tienen la responsabilidad de conseguir sus objetivos.

Cuando los partidos no alcanzan sus fines, entonces se pone en duda su vocación: la de obtener el poder público de forma pacífica para poner en marcha sus principios, plataforma y programa. No hay partido que no desee alcanzar el triunfo en las urnas. Algunos, lo buscan y consiguen de forma más rápida que otros. Eso depende de la disponibilidad de recursos, confianza en la ciudadanía y claridad en su ruta.

El PAN tardó en formar gobierno, pero lo ha hecho ya en los tres niveles y en los dos los poderes electivos (Ejecutivo y Legislativo). Su participación en la liberalización y en la democratización del país no está en duda. Se opuso al poder omnipotente en el viejo régimen y actuó con pragmatismo cuando lo consideró necesario.

Hoy, este partido se encuentra en crisis. Después de haber gobernado durante dos sexenios a nivel federal y tenido múltiples triunfos locales, los resultados de la elección de junio de 2024 muestran desarticulación, una militancia cansada y enojada, y extravío por parte de quienes debieran saber hacia dónde quieren ir.

Una forma de encontrar rumbo es que volver a las ideas de Carlos Castillo Peraza, actor clave del cambio político mexicano e intelectual de primera línea. Su trayectoria política tuvo un sentido: abrir la competencia electoral y que las reglas fueran claras y se aplicaran. En el PAN, él se distinguió por la solidez de sus argumentos, producto de la reflexión profunda y la observación. Se propuso –y lo logró– que el partido tuviera una doctrina clara y conocida. No pueden lograrse los objetivos, cualquiera que estos sean, si no se conocen sus motivaciones.

La visión de Castillo Peraza incluyó la modernidad y la tradición. Formado en la filosofía medieval y escolástica, toleró lo tolerable y criticó lo criticable. Cuestionó el autoritarismo y la verdad única. Nada le hace más daño a una sociedad que la creencia, convertida en dogma, de que un sujeto, un grupo o un partido son infalibles.

La política es poder, pero también formación. El poder sin ideas es vacío. Eso está claro en la actualidad. La crisis de Acción Nacional no radica tanto en los resultados electorales que son consecuencia y no origen de aquella, como de la ausencia de una doctrina. El diálogo está clausurado y el debate proscrito.

La lucha política, al interior y fuera del partido, debe hacerse con ideas que es la mejor y única manera de ganarle al mesianismo. La doctrina panista debe volver a ser la columna principal de la acción del partido. Sus simpatizantes y militantes deben conocerla. “[U]na organización sin alma se muere de sí misma, se carcome a sí misma: es una serpiente que se muerde la cola”, dijera Castillo Peraza en El porvenir posible. Se trata de estudiar, comprender, compartir, dudar y actuar.

¿En dónde está la identidad de Acción Nacional?, ¿en dónde su alma que son sus ideales?, ¿hasta dónde la militancia tolerará el extravío?

Castillo Peraza conjuntó ideas y eficacia, inteligencia con acción, meditación y debate. En el PAN, para salir de su marasmo, se debiera estudiar la sobresaliente trayectoria del yucateco.

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