Nada queda del partido de Estado –hegemónico, dirán otros–. No había otro espacio para hacer política. Era ahí o había que irse a la clandestinidad que significaba el riesgo de la cárcel, el exilio o la muerte. El Partido Revolucionario Institucional, el de los grandes y poderosos sectores obrero, campesino, popular y militar (hoy extinto), llegó a su XXIV Asamblea Nacional Ordinaria con serias dificultades y con un futuro incierto.
Es incierto no sólo por el resultado en las elecciones del 2 de junio pasado en donde los votos de la alianza “Va por México”, integrada por dicho partido, Acción Nacional y el Partido de la Revolución Democrática no fueron los esperados, en donde el PRI obtuvo 5,736,759 votos frente a los 16,231,456 votos cuando ganó Enrique Peña Nieto en 2012, sino que la presencia del PRI en las Cámaras de Diputados y Senadores en la próxima legislatura en términos llanos es irrelevante y poco queda de su presencia territorial en el país (sólo gobierna dos estados: Coahuila y Durango).
La incertidumbre, además, crece por los problemas internos que persisten y se han aguzado a raíz de la reforma a los estatutos del partido el pasado 7 de julio.
En esa reforma se aprobó la reelección de hasta tres periodos consecutivos de las personas titulares de la Presidencia y de la Secretaría General del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) y de los correspondientes en las entidades federativas, y desde ese momento ha iniciado una especie de cacería contra la disidencia. Una purga. Ya se habla de expulsión de expresidentes del PRI y de militantes que han criticado las prácticas de la dirigencia actual. Ya antes se han expulsado a priistas que no comparten los puntos de vista del actual grupo político dominante.
Ante el actual estado de cosas, la militancia de ese partido, que ha disminuido sensiblemente desde hace años (al 2023, de acuerdo con el Instituto Nacional Electoral el número de afiliados válidos es de 1,411,889 personas, cuando llegó a tener cerca de 16,000,000), debe reflexionar sobre la pertinencia de mantener a un presidente del Comité Ejecutivo Nacional que, en contra de la historia de su propia organización partidista y de las motivaciones de la Revolución mexicana, ha encontrado en ese cargo un modus vivendi. Además, algo de pragmatismo debe existir en la reflexión de las comunidades priistas: si desean que el partido no desaparezca como el PRD deben actuar en consecuencia. Hoy, está a un paso de ser un cascarón.
El partido que gobernó el país durante siete décadas tuvo presidentes que entendieron el papel que les tocaba desempeñar: Manuel Pérez Treviño, Emilio Portes Gil, Lázaro Cárdenas, Rafael Pascacio Gamboa, Carlos Madrazo, Jesús Reyes Heroles, Jorge de la Vega, Luis Donaldo Colosio, Ignacio Pichardo, María de los Ángeles Moreno, Dulce María Sauri Riancho, Beatriz Paredes Rangel, por mencionar a algunas de las personas que, al momento de encabezar al PNR-PRM-PRI hicieron frente a coyunturas difíciles: la institucionalización, las refundaciones, la recuperación, la derrota y la oposición.
Una verdadera democracia requiere de organizaciones que se disputen los cargos electivos. Que postulen candidaturas con programas e idearios que sean una alternativa al grupo gobernante; por ello, el PRI debe mantenerse en el sistema de partidos, pero se requiere un cambio profundo. Incluidos los liderazgos.