Cerca del fuego

Desde siempre, a Nico le ha tocado acompañarme en prácticamente todos los lugares donde he trabajado, incluso me ha dicho en innumerables ocasiones que su sueño es convertirse en periodista como su madre y como yo. Sin embargo, un domingo que nos disponíamos a levantar imágenes para una nota televisiva, sucedió lo inesperado

Óscar Aquino López / Colaboración

[dropcap]N[/dropcap]icolás y yo hemos estado juntos en muchos momentos a lo largo de sus 12 años de vida. Desde siempre, le ha tocado acompañarme en prácticamente todos los lugares donde he trabajado.
Siendo él un bebé, yo lo llevaba a la cabina de radio donde transmitíamos el programa deportivo. También me ha acompañado en los periódicos, radiodifusoras y televisoras en donde he prestado mi servicio.
Siempre alegre y desinhibido, Nico ha participado incluso en notas que han sido proyectadas en la televisión local. Desde entonces mi hijo me ha dicho innumerables ocasiones que su sueño es convertirse en periodista como su madre y como yo, pero él quiere trabajar para la cadena CNN en español. Un domingo por la mañana él y yo estábamos en casa. Recién habíamos terminado de desayunar y platicábamos tratando de definir un plan de cosas a realizar ese mismo día.
Avanzada la mañana, llegó a visitarnos un amigo acompañado de un vecino suyo al que también conozco. Este último nos invitó a su rancho ubicado cerca de la Secretaría de Protección Civil, que antes fue el aeropuerto de Terán.
El vecino de mi amigo sabía que yo en ese entonces trabajaba en la televisión, donde tenía una sección de nota roja. Me contó que, antes de que ellos llegaran a mi hogar, a varios metros de la entrada de su propiedad, un pariente suyo había encontrado el cuerpo sin vida de un hombre.
La propuesta fue ir a ese lugar junto con otro amigo que tenía una cámara para poder levantar las imágenes y después de documentar ese hallazgo, nos quedaríamos en el rancho para preparar una carne asada y pasar un rato agradable, desconectados de la ciudad.
Platiqué la idea con el dueño de la cámara y dijimos que estaría bien ir y tener una especie de día de campo en el que también Nicolás participaría. Le dije a mi hijo que saldríamos, que se pusiera ropa cómoda para ir al rancho.
Nico me dijo que quería llevar mi computadora para poder jugar con ella mientras duraba la visita. Le dije que sí podía llevarla, una laptop color negro que era mi principal herramienta de trabajo.
Mi amigo y su vecino salieron de mi casa, nos dijeron que volverían por nosotros en cuestión de una hora. Nico, el camarógrafo y yo terminamos de preparar todo y esperamos a que ellos llegaran.
Un rato después regresaron. El vecino de mi amigo conducía una camioneta pick up vieja color metal oxidado. Por dentro, el asiento estaba roto. Aquel vehículo era como un montón de fierros con motor. A pesar de eso funcionaba bien para el fin principal que era transportarse. Era una camioneta que usaban para trasladar, entre otras cosas, metal y piezas de automóvil que el mismo propietario reparaba.
Nos subimos a la unidad, todos tranquilos y de alguna manera emocionados por ir al rancho a distraernos. También dispuestos a grabar las imágenes del cadáver, mismas que pasarían al día siguiente en el noticiero de la televisora.
Antes de tomar el camino hacia el rancho, pasamos rápidamente a casa de mi amigo. Mientras él hacía lo que tenía que hacer en su hogar, el vecino bajó de la camioneta y se dirigió hacia un teléfono público, desde donde hizo una llamada.
Mi amigo salió de su casa, subió a la camioneta cuando su vecino ya había colgado el teléfono, así que todos estábamos listos para comenzar eso que, suponíamos, sería una aventura. Nunca nos imaginamos de qué dimensión sería esa experiencia.
Tomamos el camino que conduce a Protección Civil, frente a esta dependencia nos metimos por un retorno y fuimos por un tramo de terracería.
Adelante, en la cabina de la camioneta viajábamos el conductor, mi amigo, Nicolás y yo. En la góndola iba el camarógrafo con su equipo listo para la grabación.
Habíamos avanzado algunos metros por ese camino polvoriento, cuando vimos pasar a nuestra derecha una camioneta de la policía municipal. A toda velocidad nos rebasó y nos preguntamos hacia dónde se dirigía.
Seguimos en línea recta hasta un punto donde tuvimos que doblar a la izquierda para tomar una subida que nos llevaría directamente al rancho.
La patrulla que nos había rebasado momentos antes ya se encontraba donde doblaríamos a la izquierda. Enfrente de nosotros vimos que más coches y camionetas de la policía llegaban a ese mismo punto. Ver tanta presencia policial nos preocupó un poco. A mí más porque ahí estaba Nico.
Giramos por fin a la izquierda y comenzamos a subir por otro camino sin pavimento. De pronto notamos que desde la cima de esa pendiente comenzaba a descender gente. Abajo, en la entrada del camino, se reunían las patrullas.
Seguimos subiendo. Frente a nosotros había más de esa gente que bajaba y parecía salir desde el otro lado del cerro. Llegamos a un punto donde no pudimos avanzar más.
El conductor nos recomendó que bajáramos de la unidad para llegar caminando a la puerta de su rancho que estaba unos metros adelante. También nos dijo que aprovecháramos para grabar las imágenes del cuerpo sin vida. Él nos llevaría al punto del hallazgo, un poco más hacia arriba. Mi amigo y Nicolás se quedarían adentro de la propiedad.
Pero al descender de la troca, comenzaron a escucharse detonaciones de armas de fuego. Los disparos venían desde arriba y eran en contra de los policías que habían llegado.
Los uniformados respondieron la agresión de la misma manera. Aquello, en cuestión de segundos, se había convertido en un tiroteo. Y nosotros, con Nicolás, estábamos en línea paralela al intercambio de plomo.
Para ese momento yo estaba helado del susto. Me sentí aterrado porque los disparos eran cada vez más. Las balas son invisibles y a cada detonación que se escuchaba, aumentaba mi miedo a ser impactado por una de ellas o, peor aún, que ese fuego alcanzara a Nicolás.
El dueño del rancho nos dijo que teníamos que correr, llegar a su propiedad y por ahí encontrar la forma de salir de esa zona y ponernos a salvo. Fue tanta la prisa y el susto que yo dejé la computadora en la cabina y el camarógrafo tuvo que dejar su tripié en la góndola.
Emprendimos la huida, los disparos seguían y la policía avanzaba hacia arriba. El anfitrión cargó a Nicolás en su espalda y comenzó a correr guiándonos.
Nos metimos a su rancho y por la parte posterior, entre maleza y otros terrenos de la zona, fuimos bajando mientras el sonido del tiroteo aún se percibía. Afortunadamente, los terrenos contiguos al de él, pertenecían a familiares suyos. Él, mejor que nadie, sabía cuál era el camino a seguir para poder dejar atrás la escena del conflicto.
Era un día caluroso y tras varios minutos de correr, paramos a tomar aire en un terreno donde había una casa vieja que parecía abandonada, pero que en realidad servía como bodega.
Tuvimos la suerte de poder hacer una llamada por celular. El hermano de nuestro anfitrión respondió al otro lado de la línea. Le dijo por dónde debíamos continuar, ya que, al parecer, más miembros del grupo que había comenzado el fuego estaban en camino. El conflicto había crecido.
Seguimos caminando y corriendo hasta llegar a un sitio donde nos esperaba el hermano a bordo de su automóvil.
Sentí alivio al ver el vehículo. Detrás de él estaba una camioneta blanca que lo acompañaba. Así que llegamos hasta ellos y ahí nos dividieron. El camarógrafo, el dueño del rancho y yo subimos al coche de su hermano. Mi amigo y Nicolás se fueron en la camioneta.
Separarme en ese momento de mi niño, que entonces tenía ocho años de edad, me causó una enorme angustia. Aun así avanzamos en las dos unidades y llegamos a la parte posterior de la colonia Real del Bosque.
Justo en ese sitio nos topamos con una pick up de la policía estatal. Los oficiales nos pidieron detener la marcha de los coches. Nos preguntaron qué hacíamos ahí, les contamos lo que nos había sucedido y ellos nos dijeron que nos apuráramos a salir de ahí porque ya venían unas 200 personas más a reforzar al grupo beligerante. Se trataba del MOCRI, una organización campesina encargada de desestabilizar socialmente el estado y que para ello cuenta con lo que parece ser una total libertad por parte del gobierno.
Bajamos por la avenida principal de Real del Bosque, llegamos a la entrada de la colonia y nos incorporamos al libramiento. Avanzamos hasta llegar frente a Protección Civil, en el mismo punto donde tomamos el camino de terracería al inicio del viaje.
Ahí, a orilla de carretera estaba dispuesto un retén de policías municipales y estatales. Los oficiales paraban los autos que pasaban. Unos metros adelante, en el carril de enfrente, estaban estacionadas unas 10 camionetas tipo estaquitas con decenas de hombres que portaban palos y se tapaban el rostro con pañuelos.
En el retén estaba el secretario de Seguridad Pública Municipal a quien conocíamos con anterioridad por haberlo entrevistado varias veces en cumplimiento de diferentes trabajos periodísticos.
Él nos distinguió y dio la orden de que nos dejaran pasar. Detrás del coche estaba la camioneta donde viajaba mi hijo. Antes de seguir avanzando pedí que me dejaran pasarlo al mismo vehículo conmigo.
Desde que comenzó el tiroteo hasta ese momento en el que parecía todo volver a la tranquilidad, sentí el miedo más grande de mi vida. Yo iba en silencio, pasmado por el susto.
Nicolás bajó de la camioneta y vino conmigo, él también estaba asustado, pero creo que no tanto como yo.
Por fin pudimos pasar el retén, continuamos y llegamos a nuestra casa. Todos los demás, excepto el camarógrafo, se fueron. Yo llegué en estado de shock. Entré a la casa y me senté en una grada en el garaje. Nicolás se paró frente a mí, en silencio me abrazó y yo exploté en llanto. Le pedí que me perdonara por haberlo metido en esa situación, pero le dije que en ningún momento fue mi intención hacerlo pasar todo ese peligro. Él me pidió que me tranquilizara y con su voz inocente me dijo «calma papá, estamos bien» y añadió «yo no quería que nos fueran a matar». Su respuesta me hizo llorar aún más. El sentimiento de culpa me tenía dominado.
Lo que vivimos ese día fue para mí algo traumatizante. Aún me duele haber expuesto de esa manera tan absurda a la persona más importante de mi vida.
En medio del caos ni siquiera pudimos grabar al muerto por el que se originó toda esta historia. En lugar de eso, perdí mi computadora y el camarógrafo perdió su tripié y todos, por poco, perdíamos hasta la vida.
Días después supimos que la camioneta en la que llegamos fue quemada por completo. También incendiaron algunas casas cercanas a la zona y no sé si alguien fue detenido por esos hechos. Seguramente no, porque esto es Chiapas. Resultó que ese grupo de personas tenía invadidos varios terrenos cercanos al rancho, en la parte más alta de aquel cerro y cerca de donde había sido encontrado el cadáver. Nosotros nunca llegamos a ese sitio.
Días después también supe que la llamada que hizo el dueño del rancho cuando pasamos a casa de mi amigo, fue para denunciar ante la policía la presencia del cuerpo sin vida cerca de su propiedad. Esa llamada desencadenó todo.
Hasta la fecha, Nicolás me sigue pidiendo que vayamos a buscar al ladrón que se quedó con nuestra computadora. Él es mi compañero de vida. Desde entonces no hemos vuelto a ese lugar.

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