Hay quienes cocinan para no morir hambre y otras personas que han convertido este acto en su forma de vida, en su aliciente para levantarse todos los días, es su manera de decirle a las y los demás que están en su corazón
Sandra de los Santos, Lucero Natarén, Marco Aquino, Ana Liz Leyte
Aquínoticias
Alrededor de la comida reímos, cantamos, nos juntamos. La comida es fin, pero también medio y pretexto para un sin número de conversaciones y acciones. Hay quienes cocinan para no morir hambre y otras personas que han convertido este acto en su forma de vida, en su aliciente para levantarse todos los días, es su manera de decirle a las y los demás que están en su corazón.
En este trabajo te contamos la historia de tres mujeres que viven en la cocina, que gracias a su gusto por transformar los alimentos han podido también ayudar al sostenimiento de su hogar.
«Al bolo tuxtleco le gusta botanear»
Fany Chandomi Martínez tiene 44 años de edad. Es capaz de hacer comida con dos tomates y también convertir cualquier alimento en botana, esa es una de sus especialidades.
Consuelo Sancho Martínez, «Chelito», posee en Tonalá su fonda «La Sazón del Recuerdo». Su historia nos dice que no solo importa lo que se come, sino también el lugar en donde se degustan los alimentos.
Ricarda Jiménez Tevera, una mujer de 58 años de edad, es de las cocineras más conocidas de la ciudad. Su especialidad son los platillos zoques, el mejor secreto guardado de Tuxtla es su gastronomía.
Cuando las personas de fuera llegan a Tuxtla pueden quejarse del calor, del número excesivo de carros que circulan en una ciudad pequeña; pero todo queda olvidado cuando prueban sus botanas. Un recorrido por los botaneros del lugar y cualquier deuda que tenga Tuxtla con sus visitantes queda saldada.
En un botanero aprendió a cocinar Fany Chandomi Martínez, quien ahora tiene 44 años de edad y un negocio de alimentos en la 2 oriente y 6ta Sur número 723 en la colonia Centro de Tuxtla Gutiérrez.
«Mis abuelos tenían una cantina y ahí se servía la botana que siempre se ha dado en Tuxtla: la menudencia, la costilla, la carne molida, ensalada de camarón, el chicharrón y el cochito» cuenta Fany.
Al menú que siempre manejó su familia ella le ha aumentado otras botanas: patita envinagrada, camarón en agua chile, ensalada y tinga de, quesillo, salchichas en diferentes presentaciones. Ha llegado a servir platones hasta con 15 especialidades distintas.
Su familia dejó de vender cervezas, pero le siguió con las botanas. Resulta ser que el tuxtleco bebe para botanear y no a la inversa. Es más exigente con la comida a la hora de beber. «Al bolo tuxtleco le gusta botanear».
Fany vende platones de botanas para eventos especiales. Sus principales clientes son sus vecinos así como aquellas personas que se han acostumbrado al sazón de su familia. Su abuela, su madre y ella se han dedicado al negocio de la comida.
También hace tacos, empanadas, cochito al horno, tamales, atoles, baldados y caldos. Desde que amanece cocina y lo último que hace en el día es apagar la estufa. Le gusta su oficio porque reconoce lo bien que lo está haciendo cuando ve la expresión de los comensales, cualquier platillo por lo más sencillo o complicado que sea requiere de cierta sazón, de una precisión, que no todas las personas tienen, es un don que a Fany le llegó por herencia.
Un rincón culinario «turulo»
Consuelo Sancho Martínez, «Chelito», -como le gusta que la llamen-, posee en Tonalá su fonda «La Sazón del Recuerdo», nacida de la inspiración de servir y en cumplimiento de un sueño compartido con su madre. Es un lugar donde convergen el arte y la cultura de diferentes sitios, siendo la base el sabor «turulo».
Desde muy pequeña, Chelito sintió atracción por el arte culinario, -pasión y talento que aprendió de su mamá-. «Siempre tuvimos el anhelo de tener un negocio juntas, pero no fue posible lograrlo cuando ella estaba viva», cuenta.
Narra que un día (hace más de año y medio) se levantó con la «chispa» de emprender un negocio. Comenzando con la venta de omelettes a domicilio logró generar suficientes clientes para ir al siguiente nivel: tener su propia empresa. Fue entonces que «desmantelando» la sala de su casa consiguió el espacio para su proyecto, el cual emprendió junto a su esposo e hijos, siendo ellos los meseros y ayudantes en la cocina.
Aunque la idea original era un restaurante, decidió denominar su establecimiento como «fonda», recordando sus viajes a Oaxaca, -donde vivió algunos años tras casarse-. La idea no era crear un lugar «ostentoso» para el cliente, sino que se sintiera «el calor del hogar». Se ubican en avenida Rayón, entre las calles 30 de julio y 15 de mayo.
El amueblado fue otra historia. Refiere que buscó en internet lo que necesitaba para su fonda, muebles vistosos y coloridos, además de los utensilios de cocina requeridos.
La decoración era otro tema que atender, pero para Chelito no fue problema. Convirtió la historia en arte, colocando piezas del pasado en repisas, objetos pertenecientes a familiares de ella y su esposo. Relata con orgullo que tiene una máquina de coser Singer comprada en el año 1929, propiedad de la bisabuela de su esposo, -de la cual aún tiene la factura-. Incluso lucen otros elementos donados por sus amigos, quienes sienten que su fonda es el «mejor» lugar para lucirlos.
Las creaciones de artesanas y artesanos de varios estados también tienen un lugar en este espacio que tiene el aspecto de un «pequeño museo». Chelito también es pintora autodidacta y no tiene reparo en exhibir sus creaciones en los muros de su acogedora fonda. En una de las columnas se observa además una pintura hecha por uno de sus hijos.
Con respecto a la comida, la especialidad de la casa es el Desayuno Turulo, el cual consta de un omelette de camarón con un picte, frijoles y platanitos, acompañados con queso y crema. Ella narra que siempre busca variar en su menú, por ejemplo, crea sus propias versiones de los platillos que consume en los lugares que visita, identificando los ingredientes a través de su gusto, con las cuales deleita a los comensales que llegan a su negocio. Eso ha llevado que en el lugar convivan diversas culturas, por mencionar algunos platillos, en La Sazón del Recuerdo se sirve tanto pozole jalisciense como enfrijoladas oaxaqueñas.
Chelito no sólo es una «chef», como la denomina su esposo, también es mamá, bióloga de profesión y docente.
Doña Ricarda, preservadora de la comida Zoque
Sopa de chipilín con bolitas, cochinito horneado, tamales chiapanecos, butifarra, chanfaina, tasajo con frijol y un sinfín de platillos Zoques son la especialidad de doña Ricarda.
Ricarda Jiménez Tevera, una mujer de 58 años de edad, es sin duda alguna una de las cocineras más famosas de Copoya, quien ha logrado preservar la tradicional comida Zoque y compartir sus conocimientos con nuevas generaciones.
Fue gracias a su bisabuela Margarita Moreno, que comenzó a elaborar platillos tradicionales, pues su sueño no era ser cocinera, pero tras varios empleos informales, comenzó con este oficio que hoy en día le ha generado grandes satisfacciones y reconocimientos, además de ser una profesional en este ámbito.
Debido a su buena sazón y a la preferencia de los consumidores, doña Ricarda decidió iniciar con la venta de comida para diferentes eventos sociales, pero también ha sido invitada amostrar los sabores y olores de la tradicional comida chiapaneca en diferentes estados del país.
«Me gusta hacer cochito, tamales que fue con lo que inicié, pero no me fue tan bien, chanfaina y bebidas que me gusta inventar».
Son casi 40 años de experiencia que le han permitido posicionarse como una de las cocineras más famosas en el estado, incluso el Consejo Estatal para las –artes y Culturas (Coneculta) la ha reconocido y ha dado a conocer su labor.
Doña Ricarda asegura que no es egoísta y que mediante talleres y reuniones ha ofrecido su conocimiento a las nuevas generaciones, incluso afirma que su sueño es tener una escuela, donde enseñe los conocimientos que le otorgaron su bisabuela, su abuela, madre y tías.