Chiapas y las remesas: ¿bendición o dependencia de la migración?

Por Mario Escobedo

En 2024, Chiapas ocupó el séptimo lugar a nivel nacional en la recepción de remesas provenientes de sus migrantes en Estados Unidos. Este flujo de dinero extranjero, enviado por quienes han dejado sus comunidades en busca de mejores oportunidades, plantea una pregunta que debemos enfrentar: ¿es esto bueno o malo para el estado?

Primero, aclaremos qué son las remesas. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), las remesas son transferencias en efectivo o en especie que los migrantes realizan para apoyar a sus familiares en sus países de origen. Estos envíos no solo cubren necesidades básicas, como alimentos y educación, sino que también permiten mejorar la calidad de vida de las familias receptoras. De hecho, en términos globales, el Banco Mundial reporta que en 2019 las remesas internacionales ascendieron a 706 mil millones de dólares, de los cuales 551 mil millones fueron destinados a países de ingresos bajos y medianos. Esto convierte a las remesas en un pilar fundamental para la economía de muchas naciones, incluyendo México.

En el caso de Chiapas, la dependencia de estas transferencias es significativa. De acuerdo con el Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (CEMLA), las remesas representan el 14 % del Producto Interno Bruto (PIB) del estado. Esta cifra revela un profundo arraigo de las economías locales en los envíos de dinero desde el extranjero. Si bien estas remesas han sido un alivio para miles de familias, también nos lleva a preguntarnos si esta dependencia es sostenible a largo plazo.

Las estadísticas son contundentes: en 2020, más de 17 mil chiapanecos dejaron el estado para buscar una nueva vida fuera del país, de los cuales el 83 % se dirigió a Estados Unidos. A nivel nacional, de los 802 mil migrantes mexicanos que se fueron ese año, el 77 % también eligió ese destino. Chiapas, históricamente un estado de tránsito migratorio, se ha transformado en una región que exporta su fuerza laboral. Ciudades como Tapachula, conocida como el «cuello de botella» migratorio, concentran a más del 80 % de los migrantes que cruzan desde Centroamérica. Pero en la última década, la migración ha reconfigurado otras zonas del estado. San Cristóbal de las Casas y Tuxtla Gutiérrez, por ejemplo, han experimentado un incremento notable de migrantes internacionales que han generado nuevos procesos sociales y culturales.

Paradójicamente, mientras Chiapas es una puerta de entrada para migrantes centroamericanos, muchos chiapanecos también están saliendo de su propio territorio. Dentro del país, Monterrey, Jalisco, Tijuana y Cancún han sido destinos importantes para los chiapanecos que buscan mejores oportunidades laborales. Sin embargo, Estados Unidos sigue siendo el principal destino internacional, con más de 688 mil eventos migratorios registrados entre 2000 y 2022 en la frontera norte de México, según la EMIF Norte. De estos migrantes, un 30 % pertenece a comunidades indígenas, siendo los tsotsiles, tseltales, tojolabales, choles y zoques los grupos étnicos más representados en esta diáspora.

Entonces, ¿qué implica para Chiapas ocupar este lugar destacado en la recepción de remesas? Sin duda, estos flujos económicos han mejorado la calidad de vida de muchas familias y han permitido que comunidades enteras subsistan en medio de las dificultades económicas. Sin embargo, también debemos cuestionar las implicaciones de depender tanto de este recurso externo. La migración forzada y la precarización laboral en el extranjero no son soluciones sostenibles para el desarrollo de un estado que, en teoría, debería estar generando oportunidades dentro de su propio territorio.

¿Hasta cuándo dependeremos de las remesas para sostener nuestra economía? ¿Qué estamos haciendo para generar condiciones en Chiapas que permitan a las personas encontrar aquí las oportunidades que buscan afuera? Es momento de reflexionar sobre si este ingreso económico representa una oportunidad o una trampa de la que no podemos escapar.

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